miércoles, 9 de febrero de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (16)

METAS E IDEALES EN LA EDUCACIÓN

 


Hemos venido diciendo que la educación del carácter pivota en gran medida sobre la educación de la voluntad. Convendría resaltar a este respecto que el olvido de esta facultad en educación pasa por una generalizada dificultad a la hora de tomar decisiones y de proponerse metas valiosas como horizonte del desarrollo personal. 

En muchas personas, jóvenes y adultas, la voluntad no llega a desarrollarse porque no tienen capacidad de plantearse metas valiosas de cierta envergadura, lo cual va de la mano con una notable incapacidad para tomar decisiones. Una de las imágenes típicas de la persona sin voluntad es precisamente la del indeciso. Esta disfunción de la capacidad de elegir procede con frecuencia del rechazo al sacrificio que supone renunciar a algo para conseguir algo. 

Toda elección implica siempre renuncia. El indeciso, al pretender sustraerse a esa ley, termina bajo el imperio del deseo. Son esas personalidades acomplejadas definidas por Remo Bodei como "personalidades deseantes": buscan elecciones sin vínculos, relaciones sin lazos, "altruismos indoloros". Es el producto de un clima social en el que el simple deseo de algo da derecho a poseerlo sin demora e incapacita para asumir la responsabilidad y el riesgo que lleva consigo toda elección.

El adecuado desarrollo de la voluntad y del carácter dentro de una formación integral de la persona supone también la capacidad de ponerse metas valiosas, ideales. Decía Víktor Frankl: "Considero un concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el ser humano necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina en biología, 'homeostasis', es decir, un estado sin tensiones, una forma de bienestar cómodo. Pero lo que el ser humano realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena". 

Pretender la forja de voluntades fuertes sin metas que las atraigan, acometer un “cómo” arduo sin tener un “para qué” valioso, puede terminar en neurosis o soberbia, en puro narcisismo, en contorsionismo intrascendente. El cultivo de la voluntad no es el exhibicionismo estoico de quien se "machaca" en el gimnasio para modelar los músculos y presumir ante sí mismo y los demás. 

Por eso es central en la práctica educativa alumbrar en los educandos grandes ideales donde dirigir la mirada y apartarla de su yo en riesgo de ser  convertido en ídolo. El ideal -la excelencia bien entendida: dar lo mejor de uno mismo por el bien de los demás, por una causa valiosa, justa y noble- ilusiona, aviva la voluntad, proporciona sentido.

Hoy, en tiempos de posverdad y pragmatismo, vemos claramente que si no hay posibilidad de hacer juicios objetivos porque, se dice, no hay verdad ni certezas, todo es pura subjetividad, relativismo. Todo, pues, vale igual. Y, si todo vale igual, nada vale nada. Y si nada vale nada ¿para qué poner en movimiento la voluntad, comprometerse? He aquí uno de los rasgos de nuestra crisis cultural. El ocaso de los ideales trae consigo el olvido de la voluntad y viceversa. No nos engañemos ni engañemos a los jóvenes: no hay posibilidad de una voluntad libre sin la presencia de ideales nobles, trascendentes. Gabriel Marcel afirmaba que hay dos formas de ser inservible para el mundo: o volviéndose de espaldas, o sumergiéndose en él. 


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 4 de febrero de 2022)

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