jueves, 19 de enero de 2023

BENEDICTO XVI Y LA BELLEZA


Bóvedas de la Sagrada Familia. Barcelona

Afirmaba el papa Benedicto XVI en su viaje a Barcelona para consagrar la basílica de la Sagrada Familia, que la belleza es la gran necesidad del ser humano y la verdad la raíz de la que brota lo mejor de nuestras vidas. Verdad y belleza son el fruto del amor que Dios nos tiene. Ambas nos descubren el sentido de la vida, nos muestran la evidencia del misterio del Amor, las dos ponen ante nuestra mirada no sólo la inmensidad del infinito, sino sobre todo la cercanía de un Dios que jamás nos abandona, un Dios que es Logos y que es Amor, que nos conoce y que no puede ni quiere dejar de amar.

Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, observaremos que determinadas manifestaciones artísticas se alejan diametralmente de la belleza que es el esplendor de lo real. A menudo, bajo capa de apariencias atrayentes pero corruptoras, se nos ofrecen propuestas presuntamente artísticas que atentan contra las aspiraciones más nobles del corazón humano.

En su discurso de Rímini, en septiembre de 2002, el entonces cardenal Ratzinger no dejó de afrontar esta forma de seducción que pugna contra la aspiración del hombre a la Belleza y sugieren que nada en nuestra vida tiene sentido verdadero. Afirmaba lo siguiente: 

“… La mentira emplea también otra estratagema: la belleza falaz, falsa, que ciega y no hace salir al hombre de sí mismo para abrirlo al éxtasis de elevarse a las alturas, sino que lo aprisiona totalmente y lo encierra en sí mismo. 

“Es una belleza que no despierta la nostalgia por lo Indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, al abandono de uno mismo, sino que provoca el ansia, la voluntad de poder, de posesión y de mero placer. Es el tipo de experiencia de la belleza al que alude el Génesis en el relato del pecado original: Eva vio que el fruto del árbol era «bello», bueno para comer y «agradable a la vista». La belleza, tal como la experimenta, despierta en ella el deseo de posesión y la repliega sobre sí misma. ¿Quién no reconocería, por ejemplo en la publicidad, esas imágenes que con habilidad extrema están hechas para tentar irresistiblemente al hombre a fin de que se apropie de todo y busque la satisfacción inmediata en lugar de abrirse a algo distinto de sí?”

En otra ocasión, en su discurso los artistas en la Capilla Sixtina en noviembre de 2009, se refirió también a ese tipo de arte que  “asume el rostro de la obscenidad, de la trasgresión o de la provocación”. Y seguía constatando que: 

“…con demasiada frecuencia, la belleza de la que se hace propaganda es ilusoria y falaz, superficial y cegadora hasta el aturdimiento y, en lugar de sacar a los hombres de sí y abrirles horizontes de verdadera libertad, empujándoles hacia lo alto, los encarcela en sí mismos y los hace ser todavía más esclavos, quitándoles la esperanza y la alegría”.

El arte es camino para el ser humano, pero en él se pueden producir también manifestaciones engañosas que pueden desviarle de su vocación al Infinito. Por eso es preciso que los artistas respondan con entusiasmo y fortaleza a su primigenia vocación a la belleza. 

Es preciso destacar la profunda sintonía que existe entre estas claves del pensamiento del cardenal Ratzinger con el de san Juan Pablo II. Este último, en su Carta a los artistas, les invitaba a abrirse a una fuente de inspiración que estimule su creatividad: 

“Esta inspiración -les decía- la recibe el artista a través de una "iluminación interior", que moviliza las energías de la mente y el corazón cuando se compromete incondicionalmente con el bien y con lo bello y hace de algún modo la experiencia del Absoluto…” 

Les deseaba así que su trabajo "contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno.”

Es tiempo de confusión en lo estético. Parece que se ha perdido el sentido de la belleza, por la deriva cultural (más bien “anticultural”) presente. Pero la profunda necesidad del corazón humano, abierto a una esperanza de belleza definitiva que colme su capacidad de amor y de esperanza o trascendencia, reclama la revitalización del arte cristiano. La tarea no es fácil. Así lo recordaba Benedicto XVI en Rímini:

“El arte cristiano se encuentra hoy (y quizás en todos los tiempos) entre dos fuegos: 

- debe oponerse al culto de lo feo, que nos induce a pensar que todo, que toda belleza es un engaño y que solamente la representación de lo que es cruel, bajo y vulgar, sería verdad y auténtica iluminación del conocimiento; 

- y debe contrarrestar la belleza falaz que empequeñece al hombre en lugar de enaltecerlo y que, precisamente por este motivo, es mentira.”


Y es entonces, concluyendo sus magníficas reflexiones, cuando recuerda el pensamiento de Dostoievski de que “la belleza salvará al mundo”.

"Es bien conocida la famosa pregunta de Dostoievski: «¿Nos salvará la Belleza?». Pero en la mayoría de los casos se olvida que Dostoievski se refiere aquí a la belleza redentora de Cristo. Debemos aprender a verlo. Si no lo conocemos simplemente de palabra, sino que nos traspasa el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora. 

Nada puede acercarnos más a la Belleza, que es Cristo mismo, que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz."

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