lunes, 13 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (151)

 

LA ADOLESCENCIA, CATEGORÍA CULTURAL (III)

 


Se insiste desde hace varias décadas en que la adolescencia no es solo una fase del desarrollo biopsicológico, sino también una categoría cultural. Se ha afirmado, por ejemplo, que la psicología de la adolescencia es principalmente una psicología de los adolescentes en países occidentales, desarrollados y con un cierto nivel de prosperidad, mientras que en otros contextos propiamente no habría adolescencia porque el paso de la infancia a la vida adulta es inmediato y abrupto.

            Parece claro, por otro lado, que actualmente la adolescencia tiende a comenzar antes y a terminar más tarde que en otras épocas debido a motivos culturales. Por un lado la infancia “se acorta” -o se “salta”-, no por la precocidad de los cambios biológicos de la pubertad, sino por una “mala comprensión” de la infancia: muchos niños son obligados por sus padres a “crecer” -que no a madurar- y comportarse como casi adultos; no tienen tiempo libre, no mantienen unas relaciones familiares sosegadas, no juegan libremente, se les viste como adultos para ser “trendy”, mostrarse  “fashion”, cuidar su “outfit”…, o simplemente se los deposita en las redes de las pantallas, que bombardean su sensibilidad y sus neuronas con directrices consumistas e ideológicas.

La adolescencia, además, como mentalidad, se ha ido prolongando cronológicamente en los últimos años, retrasándose sensiblemente la llegada de la adultez hasta el momento de asumir responsabilidades profesionales y familiares, lo que ocurre bastante más tarde que hasta hace dos o tres décadas, si es que ocurre. 

No es desdeñable esta observación. En los últimos años ha variado la sensibilidad social. Hasta mediados del siglo XX la edad adulta e incluso la ancianidad se consideraban etapas de la vida revestidas de prestigio y autoridad; y la juventud era sinónimo de inexperiencia. La educación consistía en una “preparación para la vida”, con la meta de llegar a ser un adulto capaz de valerse por sí mismo. Pero desde el último tercio del siglo XX -algunos lo asocian al año 68-, da la impresión de que la meta de muchos es mantenerse en la adolescencia como refugio permanente. Juan Antonio G. Trinidad, afirma que “la adolescencia hoy parece un periodo de la vida que empieza con la pubertad y termina… con la vejez”.

            Se habla también de una “sociedad adolescente” que ostenta rasgos de inestabilidad, inseguridad, narcisismo e inmadurez. Nuestras sociedades líquidas (Abilio de Gregorio hablaba incluso de “sociedades gaseosas”) registran una tendencia a vivir en el inmediatismo, el hedonismo y el subjetivismo moral, y a eludir comportamientos propios de la madurez y la vida adulta: compromiso, responsabilidad, toma de decisiones, autocontrol, etc. 

Hay padres (y madres) que no quieren ser adultos sino permanecer adolescentes como sus hijos. Creen que “la sociedad” se ocupará de todo. Son permisivos, no valoran ni asumen responsabilidades y en consecuencia tampoco las exigen a sus hijos. 

Serían en realidad “adultos adolescentes”, modelos de actuación para futuros “adolescentes no adultos”, para los que solo hay derechos y no deberes, a quienes producen desazón palabras como esfuerzo, compromiso, obediencia o abnegación.

Ha pasado el tiempo… Algunos de estos últimos son ya maestros y profesores. Sorprende poco la afirmación de la pedagoga Mercedes Ruiz Paz: Tengo la impresión de que millones de adolescentes son educados por… millones de adolescentes”.

        (Publicado en el semanario La Verdad el 10 de octubre de 2025)


lunes, 6 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (150)

ADOLESCENCIA (II)

 


La adolescencia, como veníamos diciendo, viene configurada sobre todo por el descubrimiento del ‘yo’, que hace que despierte en el niño que va dejando de serlo, la conciencia de la propia personalidad única e irrepetible. Este descubrimiento es una de las consecuencias de la aparición del pensamiento reflexivo, que incita a conocer el mundo interior. Se va perfilando así la intimidad, la conciencia de ser uno mismo: ¿Quién soy yo?”, esta búsqueda es la tarea fundamental de la adolescencia. 

Este momento y los cambios que genera suelen preocupar seriamente a los padres, sobre todo si sus hijos se adentran en esta transición sufriendo u ocasionando problemas, cosa bastante frecuente. Ello acontece porque un aspecto importante de esta etapa es que la afirmación del propio yo tiene lugar por contraste y a través de un enfrentamiento con las figuras de autoridad, especialmente en la familia -sobre todo con la más acusada durante la infancia, bien sea la paterna o la materna- y, en general, con los referentes adultos -“Ellos no entienden…”-.

Así pues, al iniciar la adolescencia, los que “ya no se sienten niños” afrontan el deseo de desarrollar su independencia y su singularidad personal al margen (y a la contra) de quienes han sido hasta entonces sus figuras adultas de referencia. Intentan ir consolidando una identidad en la que destaca una conciencia moral paulatinamente más autónoma, la adopción de pautas de comportamiento relativamente típicas (con las que se busca seguridad emocional) y, sobre todo, la necesidad de configurar un concepto de sí mismo y un sentido para la propia vida.

La singularidad de la propia existencia –“mi vida es mía”- y la simultánea inseguridad acerca de lo que se tiene que hacer para ser de verdad uno mismo, lleva al adolescente a mirar hacia sus iguales para tomar referencia, para comunicar e intercambiar inquietudes y experiencias, para compartir deseos, preocupaciones y sueños: “-mis amigos me entienden…” La influencia y la presión del grupo aparecen como fuente de aceptación, de seguridad y de identificación para el adolescente y sustituyen a la autoridad paterna y materna, a las que se adjudica un perfil más bien impositivo y distante. 

Hoy es llamativa la figura de los influencers, que a través de las redes sociales se han convertido en referentes para un impresionante número de “seguidores”. El joven influencer aparece como una especie de gurú contemporáneo, un líder que crea opinión, marca tendencia, suscita admiración e imitación habitual y acrítica.

Surgen así expectativas nuevas, intensas, incentivadas por el bombardeo procedente de las redes y los medios, que proponen al muchacho o muchacha actitudes alternativas a las normas y valores familiares. 

Dichas alternativas, atrayentes y evasivas, incluyen formas de vestir y pensar, lugares propios y con frecuencia ciertos consumos (se habla de adicciones a sustancias y también a comportamientos) y actividades de diversión que excitan y cautivan, pero que, a menudo, al cabo de un tiempo, no cumplen las expectativas que despertaron, “no llenan”, dejando un poso de vacío, de desencanto y aburrimiento... 

Aburrimiento que a su vez se tiende a superar frecuentemente con estímulos y experiencias más intensas o excitantes, que suelen identificarse invariablemente como propias de los jóvenes y supuestamente distintivas respecto del mundo y la vida de los adultos. Pero esto requiere que nos detengamos a hacer algunas puntualizaciones. (Continuará)

    (Publicado en el semanario La Verdad el 3 de octubre de 2025)