domingo, 5 de noviembre de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (83)

SABER MANDAR: LA FIRMEZA (I)



        En un modelo de educación personalizadora, que pretende ayudar en su maduración a niños y jóvenes fomentando el desarrollo armónico de sus capacidades, y orientarles a la verdad, al bien y a la belleza, uno de los aspectos esenciales es el ejercicio de la autoridad por parte del educador, que se traduce en muchas ocasiones, lisa y llanamente, en saber mandar. (Sí ya sé, que a ciertos oídos esto suena algo fuerte, pero a lo mejor ello tiene que ver con las carencias de nuestro sistema educativo y aun de la mentalidad socialmente dominante).

Se insiste mucho en distinguir la autoridad del autoritarismo: que alguien tenga que hacer las cosas porque lo digo yo y punto, actitudes agresivas y de imposición, incluso acudir a ciertas formas de violencia, aunque sea verbal o emocional, son actitudes que todos, con razón, consideramos contraproducentes y rechazables.

Pero a veces por evitar un error se cae en el opuesto, el del permisivismo, cediendo a caprichos, chantajes emocionales, a la propia inseguridad e incluso al cansancio. Cuando se llega cansado a casa del trabajo o de hacer la compra, por ejemplo, lo más sencillo es decir “sí” a cualquier capricho o ceder simplemente para tener la fiesta en paz. Es todo un reto ser lo suficientemente pacientes y fuertes como para decir “no” cuando hay que decirlo, y hacerlo de modo que no se desencadene una bronca que estropee más las cosas.

La clave es la firmeza. Estamos ante una de las grandes virtudes del educador. Es posible que haya personas que por temperamento o por haber tratado de cerca con personas muy equilibradas y firmes, sepan serlo de forma natural y espontánea. Pero lo más normal es aprender en la práctica, a menudo cometiendo errores y casi siempre de forma costosa. Sin embargo, de nuestra firmeza de hoy dependerá directamente la fuerza de voluntad y el autodominio de nuestros hijos y alumnos mañana.

A veces la exigencia firme se distorsiona por exceso o por falta de claridad, y se cae en el rigorismo autoritario. Y otras un extremo lleva a otro y, por cansancio, por la influencia de un entorno cultural hedonista o por falta de criterio, se cae en la tolerancia excesiva. Tan malo es lo uno como lo otro.

La firmeza es la virtud por la que se mantiene el equilibrio, se dominan las reacciones y se superan las dificultades que sobrevienen. Es muy importante no confundirla con frialdad, dureza o inflexibilidad, y esto importa porque, si no se anda con cuidado, siempre se acaba haciendo daño y nunca ayuda. Por el contrario, la firmeza verdadera implica calma, energía y entereza. Expliquemos con algún detalle en qué consisten estas tres actitudes.

Empecemos por la calma. Consiste en el dominio de la situación; conlleva objetividad y ánimo sereno. Es fuente de claridad en el juicio y en la decisión. Requiere dominio interior, comedimiento en el gesto, la palabra y la mirada. Para ello es muy necesario el examen propio, el silencio reflexivo. Aquello de contar hasta cien… o más, si es preciso. Conviene examinarse con regularidad para caer en la cuenta y enmendarse cuando haga falta. No pasa nada por pedir perdón, al contrario.

Algo más diremos aún, pero por los límites del espacio disponible lo dejamos para la siguiente ocasión. Calma. 


     Publicado en el semanario La Verdad el 27 de octubre de 2023.

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