domingo, 23 de febrero de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (131)

UNA SOCIEDAD INMADURA NO EDUCA (II)



Una “sociedad adolescente”, decíamos, se deja llevar por estímulos de agrado y desagrado, y reacciona primariamente, por lo que el comportamiento general es gregario, predecible y manipulable mediante la publicidad, el manejo de la información, las redes sociales, etc. Se produce así una seducción que deviene en demagogia, según la cual basta con desear algo intensamente para que se convierta en derecho. 

Muchos de los fenómenos descritos por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas hace un siglo se han convertido en profecías ya cumplidas. Figuras como la del “señorito satisfecho”, la del “snob”, o la del “especialista” -hablaba él de la “barbarie del especialismo”-, hoy reviven en la muchedumbre de consumidores convulsos y de súbditos ignorantes, sumisos y agradecidos a un poder que controla la educación y la información, y reparte subsidios y entretenimiento a mansalva -“pan y circo” en versión contemporánea-, como si no se quisiera ser adulto, independiente y responsable sino seguir siendo niño, protegido y dependiente. Disminuye así la resistencia a la frustración y se multiplican tanto los “adolescentes viejos” como los “viejos adolescentes”.

Se ha instalado en Occidente un individualismo codicioso y hedonista y, ligado a él, un cierto culto a lo “gratuito” (“todo lo que desee ha de ser mío y no me debe costar nada”). Tenerlo todo gratis se percibe como la mayor libertad, sobre todo si a mí me dan más y antes que a los demás. Pero recibir beneficios sin coste, como pauta, implica, más aún que un comportamiento adolescente, un evidente infantilismo. Por otra parte, a su vez el Estado del bienestar se convierte en una supernodriza.

La dependencia televisiva y de las pantallas en general puede dificultar el crecimiento personal porque hace llegar a todos la imagen de un mundo de lujos, de popularidad y de éxito aparentemente fácil. Apenas se menciona el esfuerzo como factor de maduración personal y de avance social. En vez de la excelencia de quien ha aprendido o la madurez de quien tiene experiencia, domina la mediocridad. Cuando amplios sectores de la población se pasan horas delante de la TV y de otros dispositivos hasta caer en la compulsión, no sorprende que se produzcan menos experiencias personales profundas, que se lean menos libros, que se confunda lo real con lo ficticio, que se actúe según reacciones emocionales y sin deliberación; que, en definitiva, sea más difícil convertirse en una persona madura. Y uno de los problemas que presentan las personas inmaduras es que no saben que son inmaduras.

La madurez aumenta cuando el niño o el joven encuentra exigencias, aprende a pensar por sí mismo y asume responsabilidades. En una persona madura se espera encontrar equilibrio, responsabilidad y un sentido crítico (de “criterio”) basado en la reflexión. Lo contrario es una persona egocéntrica e infantil. 

Lo primero para ser un buen padre o educador es mostrarse responsable, predicar con el ejemplo y estar presente junto al niño o el joven cuando este lo necesita. Pero demasiados padres no quieren ser adultos sino adolescentes como sus hijos. Se resisten a aceptar sus responsabilidades y creen que “la sociedad” se ocupará de todo. 

Si la institución -familia, escuela, Iglesia…- no reacciona frente a la anomia moral, se le está diciendo al joven que el mundo “es así”, que no hay límites éticos y también, en el fondo, que nadie espera nada de él. 

(Publicado en el semanario La Verdad el 21 de febrero de 2025)

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