martes, 1 de julio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (144)

EDUCAR PARA EL DON

 


Veníamos diciendo que un recurso válido en la educación es promover el salir de sí mismo para ayudar a los demás. Nos referíamos con ello al fomento de la responsabilidad como valor humano, clave de una personalidad más feliz, equilibrada y madura. 

Viktor Frankl llamaba a este valor “autotrascendencia”, voluntad de sentido. Decía el psiquiatra vienés: “Cuanto más se olvida un ser humano de sí mismo y se entrega, tanto más humano es. Según Kierkegaard la puerta de la felicidad se abre hacia fuera. Ser humano es trascenderse a sí mismo hacia algo o alguien, entregarse a una obra a la que uno se dedica, a un ser al que se ama o a Dios a quien se sirve. Esto puede explicarse con el ejemplo del ojo: se ve a sí mismo solo cuando está enfermo y queda perturbada la visión. El ojo ha de poder “ignorarse a sí mismo”. Exactamente igual ocurre con el hombre, está impulsado por una voluntad de sentido; pero hoy esta voluntad está ampliamente frustrada. La sociedad de la opulencia satisface necesidades y apetitos, pero no la voluntad de sentido.”

Y remachaba el argumento con una de sus tesis más famosas: “Para encontrar el sentido no se trata de si esperamos algo de la vida, sino de si la vida -alguien, en el fondo- espera algo de nosotros.” De esta forma, “quien tiene un para qué (o para quien), puede encontrar o soportar el cómo”. 

Esta es una hipótesis ya probada y que deberíamos verificar con nuestra experiencia vital: estamos hechos para aportar al mundo y a los otros lo que llevamos dentro. Y esto significa percatarse de que el fin esencial de la vida consiste en cultivar y dar lo mejor de uno mismo, pues de ese modo se enriquece cualitativamente la realidad, se hace más bella, más plural, se continúa el proceso creativo del mundo, se aporta desde lo original y originario de la persona. 

Para ello resulta indispensable indagar lo que uno es, cuáles son sus dones y sus capacidades. Pero esto, ¿cómo se hace? Decía Aristóteles que el saber hacer se aprende haciendo… Es decir que, en el fondo, sólo se tiene lo que se da.

Y es que más allá de la lógica del individualismo, del tener, del gozar, del poder y del aparentar, más allá de una sociedad de átomos, de individuos cerrados en sí mismos, es necesaria y posible (y existe, aunque a menudo quede oculta tras la selva de los intereses egoístas) una lógica del don.

Todo esto se refleja a diario en las palabras que intercambiamos después de dar algo gratuitamente. El que recibe suele responder “gracias”. Con ello reconoce haber recibido una gracia, algo no exigible sino gratuito. Y el que ha dado suele replicar “de nada”, con lo que libera al que recibe de toda deuda, porque recalca que lo ha hecho libremente, por “nada”, sin esperar algo a cambio.

Eduquemos -también- en bienes o valores que ni se miden ni son susceptibles de cálculo, pero que hacen que esta vida valga la pena: el amor personal, las personas mismas, la amistad, el perdón, la belleza, la generosidad, la amabilidad…, que no pueden ser comprados ni vendidos. Con razón se ha dicho que "sólo el necio confunde valor y precio". 

(Publicado en el semanario La Verdad el 27 de junio de 2025)

 

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