ADOLESCENCIA (II)
La adolescencia, como veníamos diciendo, viene configurada sobre todo por el descubrimiento del ‘yo’, que hace que despierte en el niño que va dejando de serlo, la conciencia de la propia personalidad única e irrepetible. Este descubrimiento es una de las consecuencias de la aparición del pensamiento reflexivo, que incita a conocer el mundo interior. Se va perfilando así la intimidad, la conciencia de ser uno mismo: “¿Quién soy yo?”, esta búsqueda es la tarea fundamental de la adolescencia.
Este momento y los cambios que genera suelen preocupar seriamente a los padres, sobre todo si sus hijos se adentran en esta transición sufriendo u ocasionando problemas, cosa bastante frecuente. Ello acontece porque un aspecto importante de esta etapa es que la afirmación del propio yo tiene lugar por contraste y a través de un enfrentamiento con las figuras de autoridad, especialmente en la familia -sobre todo con la más acusada durante la infancia, bien sea la paterna o la materna- y, en general, con los referentes adultos -“Ellos no entienden…”-.
Así pues, al iniciar la adolescencia, los que “ya no se sienten niños” afrontan el deseo de desarrollar su independencia y su singularidad personal al margen (y a la contra) de quienes han sido hasta entonces sus figuras adultas de referencia. Intentan ir consolidando una identidad en la que destaca una conciencia moral paulatinamente más autónoma, la adopción de pautas de comportamiento relativamente típicas (con las que se busca seguridad emocional) y, sobre todo, la necesidad de configurar un concepto de sí mismo y un sentido para la propia vida.
La singularidad de la propia existencia –“mi vida es mía”- y la simultánea inseguridad acerca de lo que se tiene que hacer para ser de verdad uno mismo, lleva al adolescente a mirar hacia sus iguales para tomar referencia, para comunicar e intercambiar inquietudes y experiencias, para compartir deseos, preocupaciones y sueños: “-mis amigos me entienden…” La influencia y la presión del grupo aparecen como fuente de aceptación, de seguridad y de identificación para el adolescente y sustituyen a la autoridad paterna y materna, a las que se adjudica un perfil más bien impositivo y distante.
Hoy es llamativa la figura de los influencers, que a través de las redes sociales se han convertido en referentes para un impresionante número de “seguidores”. El joven influencer aparece como una especie de gurú contemporáneo, un líder que crea opinión, marca tendencia, suscita admiración e imitación habitual y acrítica.
Surgen así expectativas nuevas, intensas, incentivadas por el bombardeo procedente de las redes y los medios, que proponen al muchacho o muchacha actitudes alternativas a las normas y valores familiares.
Dichas alternativas, atrayentes y evasivas, incluyen formas de vestir y pensar, lugares propios y con frecuencia ciertos consumos (se habla de adicciones a sustancias y también a comportamientos) y actividades de diversión que excitan y cautivan, pero que, a menudo, al cabo de un tiempo, no cumplen las expectativas que despertaron, “no llenan”, dejando un poso de vacío, de desencanto y aburrimiento...
Aburrimiento que a su vez se tiende a superar frecuentemente con estímulos y experiencias más intensas o excitantes, que suelen identificarse invariablemente como propias de los jóvenes y supuestamente distintivas respecto del mundo y la vida de los adultos. Pero esto requiere que nos detengamos a hacer algunas puntualizaciones. (Continuará)
(Publicado en el semanario La Verdad el 3 de octubre de 2025)