jueves, 27 de noviembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (157)

EDUCACIÓN EN LA ADOLESCENCIA: 

VALORES HUMANOS

Proteger a la adolescencia: a qué edad empieza, etapas y cambios clave

Continuamos tratando sobre la educación en la adolescencia. Conviene animar desde la infancia a vencer especialmente la pereza, la irreflexión y la inconstancia. 

Es fundamental que el adolescente reflexione sobre lo que ve a su alrededor, cosa que dificulta el mundo digital en que vive, surtido de reacciones emocionales, de prisas y superficialidad. Aunque la familia es fuente de referencias, criterios y pautas de actuación, es un hecho que ha cedido protagonismo a las redes y la pantallas. 

En la familia o en el centro escolar no es bueno darle todo pensado, pero tampoco lo es dejarle sin respuestas, o dar a entender por medio de omisiones o de actitudes de cinismo y desencanto que las respuestas no existen. No es bueno que desde niños “aprendan” en su casa o  de sus profesores -al escuchar sus quejas o comentarios habituales-, que el mundo es una porquería, que nadie hace nada que no sea por su interés, que el trabajo es una maldición, que ser bueno es ser tonto, que el mundo es de los astutos... Nada hay más demoledor que el cinismo y la desesperanza.

Entre los 7 y los 10 años es también un momento propicio para cultivar valores humanos como la fortaleza, la sobriedad y el autodominio: usar el tiempo, el dinero y disfrutar de las propias experiencias según criterios adecuados. Es fundamental que no se tomen decisiones –ni ellos ni nosotros- según el débil argumento: “me gusta-no me gusta”, “me apetece-no me apetece”, “tengo ganas-no tengo ganas”, “lo hacen-no lo hacen los demás”… Y lo es también no desanimarse ante los fallos. 

Para ello, en todo momento ha de valorarse y fomentarse el esfuerzo, la abnegación, la perseverancia, la compasión hacia personas desfavorecidas, y el establecimiento permanente de pequeñas metas personales como actitud habitual, saboreando los logros, ayudándoles a sacar lecciones positivas de los fallos y fracasos. 

Conviene esclarecer al coronar la infancia el concepto de la verdadera libertad, que no es una independencia desvinculada o la afirmación de los apetitos y deseos particulares, sino el dominio de uno mismo, la responsable apuesta por el bien y la capacidad de tomar decisiones de acuerdo con el auténtico valor de las cosas y la dignidad de las personas. Y que el valor de la libertad se mide por la capacidad de compromiso. Es bueno proponer el ejemplo de quienes han actuado así: los héroes, los santos y otros grandes modelos de humanidad, ayudándose para ello, por ejemplo, de la virtualidad pedagógica de los relatos y narraciones.

Es fundamental también que los padres creen desde unos años antes un ambiente familiar de exigencia, lo que incluye horarios fijos de acostarse y levantarse, control del horario de la televisión, de los videojuegos, de las lecturas y de Internet, un horario de estudio personal, no darles más dinero del necesario y comentar de modo natural desde el principio en qué se ha gastado; el cultivo habitual del deporte, evitar la ociosidad y promover la asunción de responsabilidades familiares y domésticas (cuidar de sus hermanos pequeños, encargos o funciones en la casa...) 

Por la misma razón conviene que les facilitemos participar en ambientes extrafamiliares positivos, donde puedan poner en práctica y apreciar estos y otros valores humanos, compartiéndolos con sus iguales, apoyados por formadores capacitados (parroquia, movimientos juveniles, etc.) 

(Publicado en el semanario La Verdad el 21 de noviembre de 2025)

lunes, 17 de noviembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (156)

EDUCACIÓN EN LA ADOLESCENCIA. AFECTIVIDAD Y SEXUALIDAD.


La adolescencia es vivida por los propios jóvenes con gran intensidad, pero para padres y educadores se trata también de uno de los más serios retos educativos. Ya hemos indicado que es preciso favorecer el desarrollo temprano de actitudes, hábitos y estrategias de relación y de comportamiento, especialmente en el marco de la infancia media -7 a 10 años-, y no esperar a que el niño llegue a la pubertad para exigirle de golpe que asuma criterios, responsabilidades y disposiciones casi de adulto. Es preciso empezar mucho antes de que empiecen a sonar las primeras alarmas.

Si un hijo no ha aprendido a ser ordenado y constante, a confiar en sus padres con naturalidad, a contarles sus cosas sinceramente y a tomar algunas decisiones por sí mismo asumiendo responsabilidades concretas, es muy difícil que lo haga en el momento en que se aleja del referente paterno y materno. No esperemos que un joven o una joven se confíe espontáneamente a sus padres cuando tenga algún dilema personal o algún conflicto si la escucha y el diálogo natural y confiado no vienen siendo lo habitual en la familia “desde siempre” y por parte de todos. 

Mencionaremos algunas pautas educativas que pueden ayudar al adolescente y colaborar positivamente en su desarrollo. Empecemos por la educación de la afectividad y la sexualidad. 

El desarrollo sexual motiva una gran curiosidad, a la que debe preceder y acompañar una oportuna y cuidada información y apoyo. No es bueno que surja una curiosidad malsana, un deseo de buscar información fuera del ámbito familiar, tal vez donde no se le ofrezca de manera positiva, ni tampoco que se produzcan sentimientos de injustificada culpabilidad. 

Por ello, al desarrollo corporal le debe preceder y acompañar una adecuada reflexión sobre la afectividad, la amistad y el recto sentido del amor humano: la sexualidad es uno de los lenguajes del amor, es expresión del amor de entrega entre un hombre y una mujer en el que cada uno ha de buscar por encima de todo el bien del otro, lo cual reclama un compromiso mutuo y estable; y esa es su mayor riqueza. 

La familia es escuela de un amor profundo cuya esencia es la entrega personal, una comunidad de vida y no el placer, que es fluctuante. El goce sexual tiene su lugar, desde luego, pero no puede ponerse por encima de la búsqueda del bien para el otro. No puede haber amor si no hay respeto. Siempre que se hable de sexualidad en casa se debe valorar, sobre todo, como expresión y lenguaje del amor humano.

Ciertamente, una vida sexual madura así entendida no es fácil. Habrá incluso quien diga que es imposible de vivir. Y por eso, niños y jóvenes necesitan ver a su lado personas de referencia -de manera fundamental sus padres- que siguen formas de vida equilibrada, que saben querer y quererse de verdad, y que son verdaderamente felices. Sin esta fuerza moral, que brota de una relación personal concreta y gozosa, de la que se forma parte, por supuesto es difícil creer que se puede vivir así. 

Por ello es tan esencial la función educadora de la familia: lo que uno ha vivido y experimentado (en su familia, en su casa, viéndolo vivir y participando de ello gozosamente) es irrefutable. Contra facta, non valent argumenta. (Continuará)

     (Publicado en el semanario La Verdad el 14 de noviembre de 2025)

martes, 11 de noviembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (155)

ADOLESCENCIA (VII): TEMPORALIZACIÓN

 



De modo orientativo se suelen señalar tres fases a lo largo de la adolescencia que, sin embargo, no han de tomarse estrictamente. Caben excepciones y, como ya se ha apuntado, es frecuente que el periodo de la adolescencia media se prolongue en algunas personas a pesar del transcurso de los años. 

1)   La pubertad, o adolescencia inicial. En los chicos suele coincidir con el periodo de 12-14 años y en las chicas, que inician su desarrollo un año antes, con el de  los 11-13 años. Aparecen los caracteres sexuales secundarios y la aptitud para la procreación. Estos cambios suscitan cierto desequilibrio; el púber se siente sorprendido o expectante ante los cambios en su cuerpo y en su forma de ser. La imaginación y la sensibilidad suscitan reacciones emocionales primarias y una inestabilidad afectiva. Pesan más los deseos que los esfuerzos. Suele producirse un distanciamiento de la familia en beneficio del grupo de iguales.

2)   La adolescencia propiamente dicha o adolescencia media. En los chicos suele discurrir entre los 14 y 16 años y en las chicas entre los 13 y los 15. Pesan aquí más los cambios psíquicos que los físicos. Aparece el pensamiento formal, abstracto, que permite pensar por sí mismo y ganar en independencia de criterio y en autonomía personal. Del despertar del yo se pasa al descubrimiento consciente del yo. 

El adolescente -él y ella- es propenso a cierto narcisismo, manifestado en el deseo de caer bien, la preocupación por el propio aspecto... Busca satisfacciones placenteras más bien inmediatas: pasarlo bien, sentirse a gusto, disfrutar, probar y experimentar sensaciones de agrado.... Es una forma de caminar en el autoconocimiento, de buscar aprecio y seguridad afectiva. Se pasa, con altibajos, de una moral heterónoma –que secunda criterios ajenos- a una moral autónoma –que construye y asume criterios de conducta propios-, y del predominio de sentimientos inestables al deseo sincero –aunque no siempre clarividente- de amistad y de amor. Tiende a ser muy crítico, en especial con los adultos más próximos, inconformista y a veces agresivo. Se siente inseguro y necesita ser comprendido, compartir sus deseos, ilusiones y fracasos. La influencia de los amigos suele ser decisiva. Defiende celosamente su intimidad y no tolera intromisiones, sobre todo de los padres.

3)   La edad juvenil o adolescencia superior, entre los 17 y los 20 años en los chicos, y entre los 16 y los 20 en las chicas. En las sociedades del bienestar esta fase tiende a retrasarse con frecuencia. A menudo encontramos “adolescentes” de 30 o 40 años... 

Se va recuperando el equilibrio emocional perdido y se equilibra también el desfase que existía en el ritmo de desarrollo entre el varón y la mujer. El joven  -él y ella- suele ponerse con más facilidad “en el lugar otros” y empieza a comprenderse mejor. Suele buscar ideales nobles y concretos. Es una edad de elecciones en el terreno del estudio, la amistad, el trabajo y el amor. Se pasa de una reflexión centrada obstinadamente en sí mismo a una reflexión más orientada por valores y el sentido de la vida –no solo de su vida-. Madura el carácter y se valoran los principios éticos. 

No obstante, es preciso advertir que a esta última fase sólo puede llegarse normalmente pasando por las anteriores, es decir, aprendiendo de la propia experiencia. En el desarrollo personal no suele haber atajos.

    (Publicado en el semanario La Verdad el 7 de noviembre de 2025)

lunes, 3 de noviembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (154)

ADOLESCENCIA (VI): TENER TIEMPO PARA ELLOS

 


Empezar a educar a los adolescentes durante la adolescencia es, sin duda, llegar tarde. Es una tarea que debió empezar poniendo bases muy sólidas durante la infancia. 

Lo ideal es actuar de manera preventiva para que de niños desarrollen una estabilidad emocional y una sana autoestima. Ello requiere que padres (y educadores) estemos presentes física y emocionalmente, sin agobiar, de forma natural desde la primera infancia: que sea habitual hablar juntos de muchas cosas, trascendentes e intrascendentes, favorecer una comunicación natural y fluida. Dedicar tiempo para estar juntos, escucharse, cambiar impresiones, comentar acontecimientos, aportar juicios de valor… Cuando esto se da es sencillo trasladar criterios con palabras y con el ejemplo.

Cuando se acercan a la pubertad, si viene siendo habitual hablar con naturalidad de las cosas de cada uno, es más sencillo, por ejemplo, hablar sobre sexo y afectividad,  informaciones o actitudes inadecuadas que puedan haber recibido. Este diálogo ha de ser claro, cariñoso y sin prejuicios, adelantándose en lo posible a situaciones problemáticas. Es preferible anticiparse a llegar demasiado tarde.

Es esencial transmitirles que desaprobamos las malas conductas pero no a ellos, para garantizar que se sientan aceptados y motivados siempre, a pesar de todo, y que no les sea costoso rectificar, llegado el caso. 

Sobre todo “hay que estar ahí”, a pesar de horarios de trabajo u otros intereses. Los hijos -también los adolescentes- necesitan encontrarnos cuando nos necesitan. Quiero traer un caso real, que me contó una madre de cuya hija yo era tutor en 2º Bach. 

“Estaba un día en la cocina con bastante lío, cuando apareció mi hija, de 16 años, y como distraída me preguntó si tenía un momento. Le dije que no, que estaba muy ocupada. Pero me preguntó si recordaba a su amiga “X”. Le dije que sí. “-Es que se ha metido en un problema, porque ha empezado a salir con un hombre mayor, de 40 años…” Yo salté hecha una furia: “-¡Pero esa cría está loca!, ¡qué barbaridad! ¿Cómo se le ocurre…? Y tú aléjate de ella ¡ya mismo!, que es una malísima influencia. Y déjame, que estoy ahora muy ocupada. ¿Tú no tienes que hacer nada?, ponte a estudiar ahora mismo.” Y me volví muy tensa a lo que estaba haciendo, lanzando reproches en voz alta. La verdad es que por dentro me sentía superada, y me defendía cargando sin contemplaciones contra la amiga de mi hija.

“Cosa de una semana después se repitió la escena, también en la cocina. “-Mamá…” “-¿Qué pasa ahora?” “¿Recuerdas que te hablé el otro día de “X“? -¿Esa…? sí, ¡qué! ...” (silencio). De repente -me dice la madre- me vino un sobresalto, un presentimiento. Como un latigazo. Y la miré a los ojos con cariño: “Espera…” De inmediato solté lo que tenía en la mano y le puse el brazo en el hombro con ternura. “Perdona. Cuéntame, sí, por favor…” Y, lo que me temía: ni amiga, ni nada. Se trataba de ella. Estaba intentando contármelo y no sabía cómo. Y yo la había mandado a paseo… Cerré la puerta, nos sentamos. La abracé con sentimientos de culpa pero dispuesta a escuchar lo que fuera. Hablamos, lloramos… la aconsejé con todo cariño. Y gracias a Dios la cosa se arregló a tiempo.” Y terminaba: “Me pregunto si yo no hubiera estado en casa o hubiera vuelto a escabullirme…” Pues eso.

(Publicado en el semanario La Verdad el 31 de octubre de 2025)