viernes, 23 de septiembre de 2011

El fundamento último




A la persona humana, que lo es desde su concepción hasta su muerte natural, le son inherentes unos bienes y valores esenciales para su realización: la vida, la verdad, la libertad, la asignación de los productos y medios materiales necesarios para su subsistencia, la posibilidad del matrimonio y de la familia, la capacidad de la relación y participación social y política, la posibilidad de formación y acción cultural, la salud y la capacidad de buscar la realidad y de vivir de acuerdo con ella.
Pero, ¿de dónde le viene a cada persona la razón de que nadie pueda violar los derechos que le pertenecen como tal, e incluso que ni ella misma pueda renunciar a ellos ni alterarlos? ¿De sí misma? ¿Es que cada hombre, en su concreta individualidad, es el último fin para sí mismo? Dos evidencias se oponen a ello: la de la condición social de la persona humana, que le es innata por naturaleza, y la de la finitud, no sólo de cada hombre, sino de la humanidad entera. El hombre ni es origen de sí mismo, ni, por tanto, su último fin. Cada hombre es criatura de Dios y participa de la misma humana dignidad que sus hermanos. De ahí le viene la última y decisiva razón de la dignidad de su persona, el fundamento objetivo de los derechos y tareas que como tal le pertenecen.
Se impone un movimiento emergente de humanización, basado en el reconocimiento del valor inherente a la naturaleza humana y a todo ser personal, del que nadie debe ser excluido. Cada ser humano es de algún modo responsable del bien de sus semejantes. Si alguien atenta contra la dignidad humana de un ser humano inocente, atenta también contra la mía, porque es la misma. Como escribió John Doone: “Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, sino un fragmento del continente. Si el mar arrebata una parte de la tierra, es Europa la que pierde, como si se tratara de la casa de tus amigos o de la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque yo formo parte de la humanidad. No preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti.” 

No hay comentarios: