Estoy leyendo un libro extraordinario:
Tenga usted éxito en su muerte,
de Fabrice Hadjadj, en editorial Nuevo Inicio, Granada 2011.
Lo recomiendo vivamente, para leerlo y sobre todo re-leerlo.
Ahí van algunas perlas:
1) "La seguridad mundana puede parecerse mucho a una maldición. Vivimos en a mayor de las comodidades, la menor molestia nos perturba intensamente... 'Contempla a ese hombre que siempre se protege con vidrios de las corrientes de aire, que mantiene sus pies calientes con estufillas que cambia regularmente y cuyo comedor es caldeado a la vez bajo el suelo y en las paredes: un soplo de brisa lo pone en peligro'. (L. A. Séneca, De providentia, IV, 9)
Quien se ha acostumbrado a los golpes no se preocupa por un rasguño; pero quien se ha aclimatado a su caparazón se resiente de ese rasguño como si fuera una catástrofe universal. Cuanto más nos protegemos de todo, más nos exponemos a naderías."
2) "El que intentare vivir como hombre justo, rindiendo testimonio de la verdad, estaría más bien abocado al fracaso. Platón lo compara con un médico acusado por un confitero ante un tribunal de niños: 'Niños, diría la requisitoria, éste es el hombre que os hace sufrir, que os hiere, que os ahoga, que os obliga a beber brebajes amargos! ¡Y no como yo, que os ofrezco montones de cosas buenas y agradables!' (Gorgias, 521c-522a) En una sociedad de niños mimados, estemos seguros de que al confitero de las caries se le concederá el premio Nobel de la paz y de que nuestro médico será condenado a la pena capital.
El mundo, especialmente el del éxito, incita a una competición cuya regla consiste en prosternarse ante los poderosos y aplastar a los competidores más débiles. Es como si nuestra manzana fuera más roja y más bella cuanto más la royera el gusano. Rodeado de aduladores que se guardan muy mucho de decirle cuatro verdades, el ganador de esta carrera sin cuartel asienta su podio sobre el montón de sus víctimas y esconde bajo su medalla de oro un corazón podrido... La ausencia de castigo es el peor de los castigos: nos deja sin corrección, corrompiéndonos en el mal.
'Quien bien te quiere te hará llorar', dice el refrán. Hay una ternura del palo. El que quiere mi felicidad, cuando me alejo de ella, no puede sino corregirme... Si (el buen padre) por sensiblería o por temor a disgustarlo (a su hijo) le evitara la reprimenda cuando es necesaria, su amabilidad sería una crueldad refinada. El niño al que se acaricia de esta forma sería un niño más maltratado que uno al que se golpea: se le dejaría pudrirse por dentro sin incurrir en delito. Sufriría un maltrato espiritual."
3) "Una alegría lúcida, una alegría que soporte la muerte.
Me acuerdo de aquella frase de Hegel que tanto me impresionó en mi adolescencia, pero que yo entendía entonces de manera nihilista: 'La vida del espíritu no es esa vida que retrocede ante la muerte y se preserva pura de la destrucción, sino la vida que lleva en sí la muerte, y que se mantiene en la muerte misma' (Fenomenología del espíritu. Prefacio)
Mientras que las llamadas sociedades primitivas se organizan alrededor de rituales que integran incesantemente la muerte en la vida, nuestra sociedad llamada civilizada se esfuerza por no pensar en ella, y regresa por tanto al tiempo anterior a lo primitivo. El hombre de las cavernas tiene pinta de gentleman al lado del hombre moderno: reverenciaba a los muertos y se inquietaba por el más allá. Las ficciones pseudo-científicas nos lo representan como un mono sabihondo. Pero es para hacernos una buena conciencia y decir que nosotros somos menos patanes, puesto que somos monos depilados."
4) "El joven Samba Diallo responde (a quien le pregunta por su tierra natal senegalesa): 'Me parece que en el país Diallobé el hombre está más cerca de la muerte... La vive con más familiaridad. Su existencia adquiere así como un impulso extra de autenticidad. Allí había una intimidad entre la muerte y yo, formada a la vez por mi terror y mi espera. Mientras que aquí la muerte ha llegado a ser una extraña para mí. Todo combate contra ella, la empuja lejos de los cuerpos y de los espíritus. Llego a olvidarla. Cuando la busco con mi pensamiento, sólo experimento el sentimiento desecado de una eventualidad abstracta, de algo apenas más desagradable para mí que mi compañía de seguros.
-En resumen, dice Marc (el entrevistador) riendo: usted se queja de haber dejado de vivir su muerte'.
Desde lo alto de nuestro Producto Interior de Brutos miramos por encima del hombro a los pobres subdesarrollados y les proponemos generosamente un comercio justo, a fin de que lleguen a ser como nosotros lo más rápidamente posible,, consumidores competentes y liberales agnósticos. No obstante, el verdadero comercio justo sería que ellos nos desvalijaran un poco de nuestra abundancia material y nos hicieran la caridad de recordarnos las preguntas sobre el destino humano.
... No es pequeña paradoja: huir de la muerte produce una 'cultura de la muerte'; acoger la muerte engendra una cultura de la vida."
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