Una imagen artificial y forzada
Los grandes avances de la mujer en el mundo social
y laboral en Occidente van acompañados en muchos casos por un perfil de mujer
segura de sí misma –o que lo parece-, delgada en lo posible, ágil, inteligente,
competitiva y ambiciosa, independiente, preocupada por su imagen, elegante y
práctica al mismo tiempo, interesada en que su aspecto exterior sea la mejor
tarjeta de presentación de alguien que se ha hecho a sí misma, una triunfadora.
Y ello, en contraste con la penosa situación de las mujeres en los países aún
no desarrollados, donde protagonizan las más graves consecuencias de la pobreza
y de la indefensión.
Sin embargo, es dudoso que este perfil –desde luego
estereotipado, pero sacado sin ningún esfuerzo de la imagen proporcionada por
cientos de anuncios y mensajes comerciales, consultorios de revistas y otros
escaparates mediáticos- haga justicia a la aspiración legítima de todo ser
humano -de la mujer- a sacar lo mejor de sí misma, y a ver satisfechas sus más
radicales aspiraciones en la vida, entre otras la de amar y ser personalmente
amada. “Me pregunto, escribe la politóloga noruega Janne Haaland Matláry, qué
sentirán al respecto las mujeres de otros países si nosotras, que vivimos en
condiciones políticas y económicas relativamente buenas, nos consideramos tan
insatisfechas.”
Un modelo inadecuado, para el hombre y
para la mujer
Estamos ante un arquetipo diseñado por una
civilización –la del humanismo androcéntrico del homo faber, médula de la
modernidad- en la que falta, junto a una perspectiva moral bien fundada, nada
menos que el corazón; o en la que éste, a lo sumo, se ha visto reducido a un
sentimentalismo inestable. El protagonista de este mundo de valores era un
hombre –varón- que había cifrado en el poder su argumento vital, y en el éxito
a ultranza el sentido de su vida. Muchas mujeres, en el primer y segundo
feminismo, han caído en la tentación de pensar que ese era también su camino.
Haaland escribe al respecto: “Por causa de los hijos,
las mujeres pierden posiciones en su carrera profesional y rara es la vez que
llegan a ocupar puestos directivos. Quienes lo consiguen suelen ser solteras, y
además luchan con uñas y dientes para lograrlo. Estas pocas mujeres saben muy
bien que en la verdadera competición tendrán que hacer frente a las estructuras
organizativas y vínculos de clan de los hombres. De ahí que se conviertan en
personas duras de carácter e imiten los modos de actuar masculinos, tratando de
no perder excesivamente el equilibrio. Para competir con los hombres
sencillamente tienen que demostrar que pueden hacer el mismo trabajo mejor que
ellos.”
Un nuevo feminismo: igualdad en la diferencia
Nos hallamos ante la demanda de un nuevo modelo de
feminismo, en fase de sistematización, basado en la reciprocidad e
interdependencia entre los dos sexos y que propugne una igualdad en la
diferencia. Que reivindique que ambos sexos deben estar simultáneamente
presentes en el mundo de lo privado y de lo público y, a la vez que reclama más
presencia de la mujer en la vida pública, considere igualmente necesaria una
mayor presencia del varón en los asuntos domésticos y, sobre todo, en la
educación de los hijos. Que, aceptada la distinción entre lo biológico y lo
cultural en la configuración de la identidad sexual, niegue tanto una
insostenible subordinación de la mujer al varón basada en una desigual
naturaleza, como el que la atribución de todas las funciones y roles sociales a
uno u otro sexo sea una mera
construcción cultural cambiable.
La perspectiva de
género no sirve
La lucha por la igualdad entre hombre y mujer
implica para el neofeminismo el
reconocimiento de que la mujer es diferente, y la exigencia de ser tratada de
modo diferente. Aquí la diferencia no implica desigual dignidad ni inferioridad
o sometimiento, ni antagonismo dialéctico, sino dependencia recíproca y
complementariedad. Entre esas diferencias está, entre otras, el derecho de la
mujer que trabaja fuera de casa a no ser víctima de discriminaciones, presiones
indebidas o dificultades a causa de su maternidad.
Esta reflexión, ya desde finales del siglo XX, y
reconociendo las aportaciones del feminismo “igualitario”, que se dirigían a la
paridad funcional entre el hombre y la mujer, pone de manifiesto también que a
ese planteamiento, y al mundo cortado por el patrón del “humanismo prometeico”
de la modernidad economicista, les falta algo esencial: una antropología capaz
de explicar en qué y por qué las mujeres son diferentes a los hombres, una
comprensión mucho más profunda del significado de los términos masculino y
femenino. En última instancia: una más honda visión de lo que significa
ser humano, como varón y como mujer. Y el marxismo, el freudomarxismo y el
existencialismo nihilista carecen de ella.
Elisabeth Badinter en su libro Por
mal camino, escribe que la razón primera del feminismo fue la de instaurar
la igualdad de sexos, pero no la de mejorar las relaciones entre hombres y
mujeres. Esto no debe ser así, piensa. Porque para la mayoría de las mujeres
sólo puede existir una mejora de su condición mediante una conquista de la
igualdad que no ponga en peligro sus
relaciones con los hombres. Y concluye: “No deja de ser verdad la
aseveración de Margaret Mead: cuando un sexo sufre, el otro sufre también.”
Nuevo
paradigma, nueva sociedad
Como afirma Janne Haaland, “la calidad de vida para
la mujer se centra en estas dos cuestiones: en primer lugar, las soluciones a
los problemas derivados de la organización de la familia y la vida profesional,
tanto desde el ámbito práctico como desde la esfera política; y en segundo
lugar, un profundo análisis de lo que significa el hecho de ser mujer”.
Es esta nueva visión, y la activa presencia de
mujeres que aportan sus valores más específicos, la que puede convertir el
ansiado desarrollo humano y sostenible en un
nuevo modelo de feminismo y de
sociedad, en el que sea posible la elevación integral de lo humano
en el mundo, la consideración efectiva del valor y de la dignidad inalienables
de cada persona -hombre o mujer- y que, sin hacer caso omiso de las
diferencias, haga posible y efectiva la construcción de una unidad natural,
humana y humanizadora, de una verdadera solidaridad entre hombres y mujeres.
Hablamos de un nuevo modelo de feminismo: Un
feminismo realmente inclusivo, que no postergue a los hombres por el hecho de serlo, que
asuma que mujer y hombre, hombre y mujer, sólo pueden comprenderse y afirmarse en
la complementariedad, la igual dignidad y la referencia mutua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario