FILOSOFÍA
Y EDUCACIÓN
Andrés Jiménez Abad
Catedrático de Filosofía del IES BASOKO. Pamplona.
Mesa Redonda:
“¿Qué podemos hacer hoy con la filosofía?”
PRESENTACIÓN DE LA ASOCIACIÓN NAVARRA DE FILOSOFIA (ANAFIE)
Pamplona, 17 de marzo de 2016.
Muy buenas tardes, arratsaldeon.
Se me ha
encomendado hablar de Filosofía y
Educación, y estaba tentado de añadir: “valga
la redundancia”, porque parto de la convicción de que la sabiduría -el querer saber
que es propio de la filosofía- está en
el corazón de la Paideia.
Educar,
sostenía ya Platón siguiendo en esto el ejemplo de Sócrates, es introducir en la realidad, a diferencia
de lo que sostenían los sofistas, para quienes la educación consistía en el
acopio de conocimientos, algo así como una “educación de supermercado” en la
que uno coge los conocimientos y los datos que le interesan y se los lleva en
su carrito, en su acervo, incluso pagando por ello. Algo de eso tiene, por
ejemplo la actual “titulitis” que hoy padecemos en los ámbitos académicos y que
llamamos también “hacer currículum”.
No podemos ignorar
que vivimos en un tiempo de desorientación acerca de lo esencial. Decía
Einstein que “vivimos en una época de
medios perfectos y de metas confusas”. Pero cuando los medios no se sabe
para qué sirven dejan de ser medios, y se convierten en hechos sin sentido.
Séneca escribía que “cuando el marinero no sabe a dónde de va, todos los
vientos le son contrarios”. Y decía Ortega y Gasset que “hoy lo que nos pasa es
que no sabemos lo que nos pasa”.
Sostenía Platón,
por el contrario, que la educación -o el cultivo de la filosofía, si se quiere-
consiste en “aprender a mirar”, es
decir, en dirigir nuestra capacidad de comprensión hacia lo verdaderamente
importante, a la verdad y no a la apariencia, al bien y no simplemente a lo que
atrae, a la belleza que es el esplendor de lo real. Y aludimos aquí al ámbito
de los fines de la vida.
La enseñanza o el
cultivo de la filosofía consiste también, añado, en “educar para el asombro”: en reconocer, en lo real que nos circunda y
nos constituye, algo que nos sorprende y nos supera, que nos es dado de algún modo, que no hemos
fabricado a capricho y que por lo tanto no debemos ni podemos manipular a
nuestro antojo sin dramáticas consecuencias.
Sin esa mirada
capaz de contemplar y de asombrarse, todo se vuelve banal; al acontecimiento maravilloso
se le llama “casualidad” o simplemente se ignora, y se pierde además la virtud
del agradecimiento. Con una mirada tan miope -incapaz para el asombro- no es
posible tampoco captar la belleza moral e interior de las personas ni conocerse
a uno mismo, que es desde el principio una de las tareas esenciales de la
filosofía.
El asombro nos hace
humildes, modera nuestras pretensiones de autosuficiencia; la capacidad de asombro y de admiración profunda
genera algo tan esencial como el respeto.
Es el sentido del asombro lo que hace que se contemple la realidad con
humildad, agradecimiento, deferencia, sentido del misterio y admiración.
* * *
La filosofía y su
enseñanza o cultivo es un viaje al interior del ser humano (“conócete a ti mismo”) y una búsqueda
del sentido de lo real y de la vida. El viejo aforismo de Delfos nunca ha
dejado de cautivarnos. Kant lo expresaba casi 25 siglos más tarde a través de
cuatro conocidas preguntas: “¿Qué puedo saber?,
¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar? En suma, ¿qué es el hombre?”.
Pero estudiar filosofía, “querer saber”,
“atreverse a pensar”, no es una tarea penosa e inabarcable, sólo reservada
a sesudos especialistas, a mentes enrevesadas o a excéntricos cultivadores de
la abstracción (y ya sé que esta es la percepción que muchos tienen hoy de
ella).
Es, por el
contrario, participar en una gozosa
experiencia, accesible a quienes sean capaces de contemplar y de admirarse.
Sin olvidar que también hay una dimensión práctica, orientada al cultivo
personal y a la transformación creativa y constructiva del mundo.
Estamos hablando de
una inquietud intelectual y moral
(saber mirar la realidad de modo penetrante -desde la propia experiencia-
suscitando preguntas que merezca la pena plantearse) que debemos convertir en nuestras aulas, a través de nuestra labor
docente, en una actitud vital
gratificante, frente a la mirada tantas veces tediosa y conformista de
muchos jóvenes –“¡que no queremos pensar!…”-, o amargada en no pocos “viejos
adultos” que se dicen “de vuelta de todo”. Ocurre que “pensar” es una primera
forma de “compromiso con lo real”. Pero algún os rehúyen toda forma de
compromiso, bien por inmadurez, bien por miedo, bien por comodidad.
La
filosofía en la Educación (secundaria)
El lugar de la
filosofía en la Educación Secundaria, el Bachillerato e incluso en los estudios
superiores, se corresponde con el acercamiento reflexivo a las principales
preguntas que se hace el ser humano. Piaget decía que la juventud es la “edad
metafísica por excelencia”:
-
A los
jóvenes les gusta “tener ideas propias” (es bueno que estas ideas, además,
merezcan de verdad la pena).
-
Adolescencia
y juventud son el momento evolutivo en que las personas empezamos a tener
conciencia de la propia identidad e intimidad.
-
Se
despierta una visión más critica -a menudo radical- de la realidad y de la vida
(persona y social). Es el momento en que algunas palabras se convierten en
ideas, e incluso en ideales: libertad, paz, justicia, igualdad, verdad, amor,
amistad, sentido…
Se trata de no
renunciar a pensar sino de empezar a pensar por sí mismo. Si no se piensa,
no se decide y no se actúa por uno mismo, acaba ocurriendo que son otros los
que piensan, deciden y actúan en lugar de uno mismo. Pero pensar (por ejemplo en la descripción de un fenómeno psicológico,
de una norma de conducta, o en la comprensión de lo que es y no es la
libertad…) es mucho más que sentir u
opinar. Requiere rigor, método y
esfuerzo.
Por todo ello, la asignatura de Filosofía puede considerarse
“algo más que una asignatura”.
Filosofía…
¿de la educación?
Volvamos a nuestro punto de partida. Comparto con García Hoz
que hoy la educación corre el riesgo de convertirse en una suma de actividades
y de aprendizajes inconexos que, en lugar de integrar a la persona, la
desintegran y oscurecen además el horizonte de la vida, debilitando la
capacidad de orientarla en medio de una multitud de solicitaciones.
Una vida cultivada (“paideia”) no es un conglomerado de
actividades diversas, sino una energía unificadora y creativa, fecunda,
capaz de afrontar la realidad y de aportarle incremento.
Convertir esta energía en la formulación y la
realización de un proyecto personal de
vida es seguramente el papel más importante que la filosofía puede llevar a
cabo en el ámbito de la educación.
Muchas gracias.
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