viernes, 19 de noviembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (1)

UNA EDUCACIÓN CENTRADA EN LAS PERSONAS




Es posible que los titulares de la prensa, pendientes de las urgencias del momento, apunten en otras direcciones, pero la educación es sin duda uno de los temas cruciales de nuestro tiempo. De todos modos, con el comienzo de un nuevo curso, los asuntos educativos vuelven a estar en el candelero, aunque sea por temas como leyes, presupuestos, costes, equipamiento, la seguridad frente a los riesgos de contagio… Cuestiones, sin duda, de interés.

Pero las preocupaciones del momento no deben ocultar las grandes cuestiones, como, por ejemplo, hacia dónde debe orientarse la educación y cuál es o debe ser su modelo de persona. 

Por lo demás, la calidad y el rendimiento de los sistemas educativos es también una cuestión de personas. Los análisis de la OCDE revelan reiteradamente que apenas el 16% del rendimiento educativo está condicionado por factores como el deterioro del PIB o el aumento de alumnos inmigrantes en las aulas, entre otros, mientras que el 84% restante depende de factores como la estabilidad y calidad del tejido familiar, el nivel de formación de los docentes y la calidad de los procesos educativos en los centros.

Como ha escrito Javier Gomá, la línea que separa la excelencia ética y social de la vulgaridad y la barbarie se dibuja en el corazón de todos y cada uno de los ciudadanos. Así pues, no es tanto una cuestión de economía y de estructuras sociales  -que influyen, sin duda- como de formación de la personalidad.

Hace un par de décadas, la llamada “formación del carácter” vino a situarse entre las principales prioridades de los planes escolares en los países anglosajones, con EEUU a la cabeza. Los analistas -de vuelta ya de viejos tópicos- han venido a reconocer que la clave más decisiva para transformar la realidad y mejorarla es educar personas valiosas y competentes

En este marco, el desarrollo de la personalidad se construye sobre dimensiones “sólidas”, sobre fortalezas que capacitan a una persona para aportar calidad humana al mundo a través de sus juicios y percepciones, de su actividad y su iniciativa, de su equilibrio personal y de sus relaciones. Estas fortalezas son en última instancia hábitos, virtudes, valores humanos que configuran la urdimbre psicológico-moral de la personalidad y aportan una orientación fundamental para la vida. 

Estos valores y fortalezas no son un barniz decorativo, un condimento “políticamente correcto” de la actividad productiva. Muy al contrario, son una parte de la personalidad -y por lo tanto de la educación- llamada a persistir siempre, incluso en una sociedad pragmática como la nuestra. 

Es cierto que la dura competencia por los primeros puestos, por triunfar en el trabajo o los negocios, por las calificaciones para acceder a determinados estudios, no va a desaparecer. Pero cuando un joven o una joven se presenten a una entrevista para pedir un trabajo de cierto relieve, serán sus virtudes de iniciativa, responsabilidad, honradez, lealtad, constancia, laboriosidad, etc. las que más contarán. O cuando tengan que afrontar problemas familiares, cívicos o de conciencia profesional, por ejemplo, serán sus criterios y disposiciones morales los que iluminarán sus decisiones.  Por eso no debemos perder como referencia en educación la centralidad de la persona. A.J.


(Publicado en el Semanario LA VERDAD. Pamplona, 1 octubre 2021, pág. 40)

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