martes, 8 de marzo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (19)

EDUCACIÓN Y ALEGRÍA (I)


 

La madurez emocional y el equilibrio personal se alcanzan fomentando y orientando la afectividad (sensibilidad, asombro, emociones, pasión…) para que sintonice con el bien en todas sus modalidades. No se trata solo de saber hacer el bien e incuso de hacerlo, sino de querer hacerlo y de hacerlo con alegría, con el gozo de quien aprecia el bien y la belleza allí donde se encuentren. La educación afectiva persigue enseñar y aprender a emocionarse, más aún, a apasionarse con el bien.

La alegría es un sentimiento de satisfacción que acompaña al conocimiento, a la posesión y a la realización de algo que nos agrada. Es en cierto modo una reacción espontánea, pero también es educable porque no todo lo que nos agrada es necesariamente bueno, conveniente o saludable. Hay que aprender a alegrarse con lo que es en verdad valioso distinguiendo la apariencia y la realidad, lo superficial y lo profundo.

Pero la alegría es también muy importante para la educación, porque lo que se aprende con alegría se aprende mejor. Y si queremos ayudar a las personas a que busquen y alcancen la felicidad, será preciso cultivar la reflexión y la fuerza de voluntad, pero también -y no menos importante- la sensibilidad hacia el bien, la verdad y la belleza. Y el mejor caldo de cultivo para todo ello es sin duda la alegría.

Pongamos un caso bastante frecuente. Durante los fines de semana no son pocos los jóvenes que consumen alcohol en calles, jardines y plazas para divertirse y que buscan de forma intencionada la embriaguez. Ese estado eufórico descontrolado da lugar a una desinhibición, a un estado emocional en el que se rehúye o se banaliza la responsabilidad moral y la conciencia se anestesia y adormece. Al principio uno “se siente bien” y experimenta el deseo de satisfacer las ganas y apetitos de manera inmediata, sin pararse a pensar y valorar si es adecuado o no, qué consecuencias puede acarrear... 

La cuestión es: ¿qué busca un joven o una joven que busca embriagarse cada fin de semana y que después, en no pocos casos, presume normalmente de ello ante los demás? Obviamente, busca un sucedáneo de felicidad: “pasarlo bien” y “sentirse bien” en complicidad con sus amiguetes.

Aquí no vamos a tratar de  cómo ha de atajarse este fenómeno, si con leyes estrictas o acciones policiales, por ejemplo. La cuestión de fondo que nos planteamos es qué pasa por esas mentes y esos corazones para caer en semejante atolondramiento, y qué se puede hacer desde el punto de vista educativo para prevenirlo y evitarlo (o tal vez, incluso, reconducirlo).

No se trata simplemente de prohibir. Una prohibición, en el mejor de los casos, puede evitar una conducta inadecuada, pero no ayuda a “querer” hacer lo correcto.

Vayamos por partes. Las actitudes y valores humanos presentan tres componentes: 

a) Cognitivo (conocimientos, creencias, criterios… PENSAR) 

b) Afectivo (sentimientos, preferencias, convicciones… SENTIR) 

c) Conductual (acciones, posturas, reacciones, hábitos… ACTUAR). 

Por ello, si queremos intervenir educativamente en el fomento de actitudes y valores positivos se precisa: 1) una clarificación de criterios y de valores, 2) una apelación a los resortes emocionales, y 3) algún tipo de ejercicio que haga posible la interiorización de conductas por medio de una práctica reiterada, reflexiva y voluntaria.

En lo que sigue, intentaremos aplicar todo esto a la educación de la alegría.


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 25 de febrero de 2022)

 

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