lunes, 14 de marzo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (20)

EDUCACIÓN Y ALEGRÍA (II)

 



Si queremos fomentar un valor humano, por ejemplo la alegría, decíamos que es preciso considerar tres aspectos: pensar (clarificar ideas), sentir (sintonizar con el bien) y actuar (adquisición de hábitos mediante la práctica). 

La alegría, desde luego, se siente. Pero hay que aprender a distinguir alegrías y goces aparentes y superficiales e inmediatos de gozos reales, estables y profundos. Es preciso ayudar a experimentar la satisfacción que acompaña a la realización del bien, descubriendo por qué ocurre esto; es preciso también cultivar la sensibilidad hacia lo bueno y el rechazo de lo malo; y en tercer lugar, fomentar la fortaleza de carácter que se requiere para orientar habitualmente el comportamiento hacia bienes y satisfacciones nobles. 

Hay una forma de satisfacción y de alegría que es consecuencia de haber obrado bien. Por ejemplo, cuando uno se siente útil a otra persona después de haberle dedicado tiempo, ayuda, consejo...; o cuando se ha superado una importante dificultad, o se ha concluido bien una tarea costosa. Esa alegría brota del interior y se manifiesta radiante y creativa. Va “de dentro a fuera”.

Esa forma de alegría es muy diferente de otras pasajeras, de la satisfacción de una necesidad vital inmediata (fisiológica, por ejemplo), que por así decir viene “de fuera adentro”. Este tipo de satisfacciones, suelen ser momentáneas y pueden ser excitantes, intensas e incluso vertiginosas, pero suelen ser menos estables, menos profundas y menos valiosas. Proporcionan contento e incluso euforia, pero no verdadera elevación humana ni suscitan la creatividad. Incluso pueden resultar nocivas.

El consumismo y la publicidad tienden a borrar la frontera entre la necesidad auténtica y el mero deseo, entre el gozo profundo y el placer inmediato. La capacidad de alegrarse con los bienes que satisfacen de verdad necesidades importantes del corazón humano constituye un fin y a la vez un medio de educación. Es esencial aprender a reconocer la verdadera alegría y lo que la produce, distinguiéndola de otras formas de placer que sólo excitan pero no nos hacen bien. Y por otra parte, lo que se aprende con alegría se aprende mejor. Se trata, así pues, de fomentar el discernimiento y la automotivación.

Se ha dicho sabiamente que hay más gozo en dar que en recibir. Pero la diferencia entre ambas formas de satisfacción sólo se percibe bien cuando se experimenta. Por eso, cuando uno ha experimentado que el goce inmediato no es tan satisfactorio como la generosidad alegre o la meta alcanzada, es más fácil optar por conductas o situaciones más dignas aunque no sean tan atrayentes para una primera impresión. 

Es preciso haber saboreado el bien auténtico, real y verdadero, para comprobar que otros placeres “no saben” igual de bien bien, dejan vacío, no sacian de verdad, y que las cosas no siempre son como aparentan. Y también tener fortaleza para decir “no” a algo que atrae pero que no es realmente valioso. Sólo quien sabe que ese “no” es en realidad un “sí” a un gozo y a un bien mayores tiene fuerza para no dejarse fascinar.De ahí la importancia de una temprana dedicación de niños y jóvenes a tareas que supongan una entrega generosa y abnegada, fuente de satisfacciones personales profundas. 

No es bueno incentivar por medio de la codicia, sino impulsar a la superación de sí mismo y a la generosidad. En un corazón pleno y radiante no hay necesidad de llenar o disimular carencias y vacíos afectivos.


     (Publicado en el semanario LA VERDAD el 4 de marzo de 2022) 

 

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