LA IMPORTANCIA DE LA AUTOESTIMA
Una de las claves de la ‘educación afectiva’ es el desarrollo de una valoración ajustada de uno mismo. Ello implica conocer las propias fortalezas y debilidades de manera realista, mostrarse seguro de sí mismo en la realización de tareas y actividades y en la relación con los demás, de manera que al juzgar y al expresarse prevalezca la asertividad, así como una aceptación natural de las observaciones y las críticas.
La imagen que tenemos de nosotros mismos, el autoconcepto, se empieza a adquirir en los primeros meses, al percibir cómo nos valoran los demás: según nos tratan, así nos sentimos. A partir de esa imagen, que vamos perfilando con el paso de los acontecimientos, adquirimos una mayor o menor confianza en nosotros mismos, a la que llamamos autoestima.
La autoestima está en la base de nuestra personalidad. Uno se siente capaz, valioso o, por el contrario, inseguro, indigno, poco valioso. Todo empieza con el sentimiento de confianza básica, sobre todo en el primer año y medio de nuestra vida. El bebé recibe el calor del cuerpo de la madre y sus cuidados amorosos y se siente en cierto modo “centro del universo”. La presencia o ausencia de este sentimiento básico influirá significativamente en el desarrollo emocional y social del niño. Según Erikson, desarrollar este sentimiento básico lleva a percibirse como alguien que “vale” para los demás; por el contrario, no haberlo hecho origina una imagen y valoración de sí mismo inestable e insegura. En consecuencia, la vida aparecerá como algo estimulante y positivo o, por el contrario, como algo negativo y hostil.
A continuación, a partir del año y medio, es bueno que sobrevenga la conciencia de los propios límites, darse cuenta de que hay que compartir nuestro escenario con otras personas que también reivindican su lugar y sus derechos, lo que irá aportando un sentido de la realidad y de los propios deberes, absolutamente necesario para evitar caer en el egocentrismo y la dependencia afectiva.
Las personas con alta autoestima tienen una visión de sí mismas bien articulada y positiva, se conocen mejor. Confían en sus fuerzas, capacidades y virtudes, por lo que se muestran activas, asertivas y motivadas para buscar el éxito; muestran mejor rendimiento en muchas áreas de su actividad y en sus relaciones.
Las personas con baja autoestima, por su parte, muestran inseguridad acerca de sí mismas y en sus capacidades; son más inestables, dependen mucho del juicio ajeno, de hechos concretos, se sienten más vulnerables y muestran más dificultades para enfrentarse a la adversidad. Están más motivados por evitar el fracaso, el rechazo, la humillación, que por alcanzar el éxito. Son por ello más dependientes.
Para ayudar a un niño o una niña a que mejore su autoestima, lo primero que hay que hacer es ganarse su confianza, asegurándole que nuestra estima es incondicional y que no depende de su éxito o fracaso. Ayudará responder a sus necesidades, jugar con él o ella, implicarle en las tareas de ayuda en casa, reconocer y alabar sus éxitos, ofrecerle ayuda adecuada -nunca excesiva-, alentarle a que se conozca y se acepte, a explorar y consolidar sus capacidades y, a partir de aquí, a que se arriesgue, con cierta cautela. El miedo sólo desaparece afrontando el miedo.
Es muy importante, en suma, aprender a tolerar la frustración. Pero de esto hablaremos seguidamente.
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