domingo, 18 de diciembre de 2022

NATURALEZA, CULTURA Y TEORÍA 'QUEER'


Pretendemos con estas reflexiones mostrar la adecuada articulación entre naturaleza y cultura en relación con el planteamiento “trans” propio de la teoría o ideología “Queer”.  

 


1. La articulación entre naturaleza y cultura.

Evocando las expresiones de Simone de Beauvoir o del mismo Sartre, puede afirmarse que la mujer y el varón “nacen” y también “se hacen”, pero no se hacen desde la nada o desde el vacío, sino, precisamente, a partir de su naturaleza, de su modo constitutivo de ser. 

Nunca dejamos de ser humanos, ni siquiera cuando nuestro comportamiento no sea consecuente con nuestra dignidad. Hablamos de comportamientos inhumanos, precisamente, porque no están “a la altura” de nuestro ser. A veces nos comportamos “como borregos”, o “como cerdos”, o como unos “burros”… pero no lo somos, seguimos siendo humanos (y por eso no está bien comportarnos de forma “inhumana”…) 

La cultura es propiamente el cultivo de lo específicamente humano, de la naturaleza humana. La cultura debe desarrollarse desde la naturaleza, debe aceptar los condicionantes naturales. De lo contrario deja de ser propiamente cultura y se convierte en perversión, por ser antinatural.

La naturaleza humana (que incluye el cuerpo -y por lo tanto lo biológico- y el alma en unidad sustancial), es la estructura constitutiva que nos viene dada desde el inicio; pero no debe entenderse como un arquetipo determinista que establece pautas fijas de comportamiento a las personas, sino como el cauce de la excelencia posible que es capaz de lograr cada ser humano, hombre o mujer, cuando ejerce su libertad de acuerdo con el orden de perfeccionamiento que le es propio en cuanto humano. Para ello, por otra parte, es necesaria la ayuda de otros, ya que además el ser humano es sociable por naturaleza.

Nuestra naturaleza humana es un don originario y a la vez es también una tarea y un elenco de potencialidades. El ser humano se va “construyendo a sí mismo” a partir de su naturaleza, de su modo constitutivo de ser, no puede “crecer” realmente más que como ser humano. Por otra parte, su naturaleza, aunque le da unas pautas importantes (esenciales), deja un espacio libre a la autodeterminación, a la relación con los demás, a la educación, a las experiencias de la vida…, en suma, a la cultura.

Para el ser humano, lo natural en realidad es aquello que indica qué es “lo mejor” para su desarrollo como tal. Marca a cada hombre y mujer un criterio adecuado de crecimiento en humanidad. La naturaleza, bien entendida, es de índole teleológica: muestra así el orden propio de realización y perfeccionamiento de la persona en el ejercicio de su libertad, nos indica cuál es el fin y el camino que nos perfeccionan, que nos “humanizan”. De esta manera sirve de guía y referencia moral para nuestra libertad y para la actividad educativa: sacando lo mejor de lo que somos y venciendo lo que impide o dificulta dicho perfeccionamiento. Cuando se niega la naturaleza se confiere la primacía al deseo sobre la razón y la justicia se reduce a lo que es deseado, en vez de lo que es razonable.

La naturaleza humana es sexuada; incluye la constitución biológica corporal, obviamente, pero las diferencias sexuales alcanzan también muchos otros aspectos del organismo, como el funcionamiento endocrino, la organización de redes neurales y, como extensión, características psicológicas individuales, formando todas ellas también parte de la identidad, no sólo ontológica, sino también psicológica del individuo humano. En el ser humano, el cuerpo es algo más que un mero organismo, es la expresión de una realidad íntima, el espíritu. La naturaleza humana es a un tiempo biológico-corporal y espiritual o racional.

Iguales en naturaleza a pesar de su dimorfismo, el hombre y la mujer en cuanto personas son iguales también en dignidad, derechos y deberes fundamentales. 

La modalización sexual abarca a la persona, al varón y a la mujer, en su totalidad, también en su individualidad más íntima. No se trata solamente de ser padre o madre, como si el sexo se agotara en la función reproductora. Se trata de la manera de ser como persona. Masculinidad y feminidad no se distinguen tanto por una distribución entre ambos de cualidades o virtudes, sino por el modo peculiar que tiene cada uno de encarnarlas. Así la mujer tiene una actitud hacia la vida que se ha llamado el “genio femenino” porque se interesa por lo concreto, se compadece, siente más, se da cuenta de las cosas y necesidades ajenas. Y el hombre, por su parte, también tiene un “genio masculino” porque acepta los retos, es más arriesgado, se siente protector y responsable de los demás, asume tareas de gobierno y de organización. Por su parte, cada uno tiene en su singularidad personal la oportunidad de aportar al mundo una contribución genuina, matizada por su masculinidad o feminidad.

 


2. La ideología de género y la primacía de la autodeterminación.

El dimorfismo sexual de la especie humana es un hecho empírico evidente. Pero hombres y mujeres, en su dimorfismo sexual constitutivo, lo son por naturaleza y no por elección o asignación. La corporalidad orgánica del ser humano es la raíz de su sexualidad. Ambos comparten la misma esencia -pertenecen a la misma especie- y al mismo tiempo las diferencias sexuales son parte de la identidad de las personas humanas. 

Bajo la inadecuada acusación de “esencialismo”, la ideología de género, siguiendo la influencia del existencialismo de Sartre y Beauvoir como ya se observó, niega que exista en hombres y mujeres una naturaleza constitutiva, pretendiendo dejar todo a la autodeterminación. Se procura que la cultura -ámbito de la libre autodeterminación- ocupe el lugar de la naturaleza -entendida como algo cerrado y sujeto al determinismo-; pero en realidad no hay un antagonismo excluyente entre naturaleza humana y cultura si ambas se entienden bien, según se ha explicado más arriba. 

Suele atribuirse a Judith Butler, con su libro El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad (1990), el origen intelectual de la ideología de género (Gender-Queer). Pero quizás el hito fundamental de la fulgurante difusión mundial del “enfoque” de género y del activismo LGBTI haya sido la IV Conferencia Mundial de la Mujer (Beiging, 1995) organizada por la ONU.

Llevando a sus últimas consecuencias la idea de que “la mujer –y el hombre- no nace, se hace”, se propugna en esta ideología la exclusión de toda alteridad y diferenciación social asociada al sexo, la inexistencia de una naturaleza humana sexuada, así como la indiferenciación y el polimorfismo sexual humanos en el momento de nacer.

La diferenciación de identidades y funciones (el género, en particular la feminidad y la masculinidad) se sostiene que es artificial y fruto de una construcción social y cultural. La maternidad no debe ser motivo de diferenciación (desigualdad) entre hombres y mujeres. La verdadera igualdad estriba en que las mujeres -no ya “la mujer” pues se vendría con ello a insinuar una naturaleza femenina subyacente- no tengan que dar a luz, como ocurre en los hombres. Su ideal es la autarquía: que las mujeres no necesiten de los hombres.

La ideología de género considera de este modo que la sexualidad humana no es una característica determinada por la naturaleza de cada persona, sino que es un elemento maleable cuya raíz es la opción libre de cada sujeto y cuyo significado es fundamentalmente una convención social.

Las obvias diferencias anatómicas serian irrelevantes e incluso deberían ser suprimidas.  Según esto, ser hombre o mujer carece de un fundamento natural e incluso biológico, son papeles absolutamente intercambiables; feminidad y masculinidad serían construcciones sociales por parte de una cultura patriarcal y machista que es necesario destruir para lograr la verdadera igualdad social y la satisfacción de los deseos individuales, de manera que cada cual podría elegir configurarse sexualmente como desee. 

Más recientemente se ha insistido en la absoluta irrelevancia e indiferencia, no solo del sexo biológico, sino también del género (binario: masculino-femenino), sosteniendo una noción de identidad sexual “deconstruible” y “reconstruible” social e individualmente. Esto es lo nuclear de la denominada teoría queer  y el “transgénero”.

 La categoría “sexo” es sustituida fraudulentamente por la “identidad de género”, completamente fluida y ofrecida a la autodeterminación individual. El sexo no tendría existencia real, sino que sería un constructo, una construcción social y cultural. El feminismo de género/queer relativiza la noción de sexo de tal manera que ya no existirían dos sexos, sino más bien muchas ”identidades de género”. Cada cual podría “construirse sexualmente” como desee. A ello ayudarán el recurso a la cirugía, los tratamientos hormonales, la reproducción asistida, la ingeniería genética e incluso, en el futuro, la reproducción totalmente artificial y asexual. 

En rigor, tampoco sería imprescindible acudir a procedimientos técnicos. Bastaría el simple deseo para definir la propia “identidad de género”. Aquí la igualdad, disimulada bajo la expresión “igualdad de género”, se hace “in-diferencia”.

El igualitarismo “queer” parte de atribuir a toda clase de desigualdad el calificativo de ilegítima.  En su desarrollo niega la diferencia entre hombre y mujer, pero lleva esta negación hasta el extremo de difuminar lo propio de ambas identidades. En rigor, ser mujer y ser hombre ya no significa nada.

En el fondo, la teoría queer promete a los seres humanos dejar de ser criaturas -dotadas de una naturaleza recibida del Creador- para convertirse en creadores de sí mismos.

La Agenda 2030, en su artículo 5, recoge bajo el rótulo de “igualdad de genero” y “empoderamiento de las mujeres” estas pretensiones.

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