La naturaleza humana -el modo constitutivo de ser del hombre y la mujer- incluye una esencial dimensión biológica, obviamente, pero el cuerpo humano está configurado, más allá de su funcionalidad biológica y de sus condiciones físicas, para cumplir funciones no orgánicas, como el lenguaje, el trabajo o la creación artística, entre otras. En realidad no tengo un cuerpo. Mi cuerpo soy yo (como observaron, entre otros, Gabriel Marcel y M. Merleau-Ponty), aunque no soy solo un cuerpo.
En el ser humano, en su naturaleza o modo de ser constitutivo, es preciso distinguir, dentro de la unicidad de su vida, dos aspectos inseparables pero que no deben confundirse entre sí: la vida biológica y la vida biográfica. El cuerpo humano participa plenamente de ambas, pero, obviamente, no del mismo modo.
El cuerpo es, en primer término, un organismo biológico, dotado de una anatomía y una fisiología que hacen posible la supervivencia y la interrelación con el mundo entorno. Pero es también lenguaje y expresión de una realidad interior, específicamente humana, que rebasa lo biológico y pone de manifiesto que la vida humana es también biográfica. Esto es lo que se expresa, por ejemplo, en el dicho popular de que “la cara es el espejo del alma”.
Pero además, el cuerpo humano, constitutivo y expresión de la persona, hace patente un decisivo modo de ser: es masculino y femenino. Se manifiesta en su constitución sexuada y sexual desde la raíz de su configuración cromosómica y genética, por un lado. Pero al mismo tiempo sirve de cauce a una diferente modalización que, pasando por el dimorfismo morfológico -anatomía y fisiología propias y correlativas en el varón y en la mujer-, modula también el modo de sentir, querer y pensar. Y por eso la persona entera es masculina o femenina. Esta dualidad en el modo de ser persona se ve ahondada significativamente en la generación humana de índole sexual, a la que sirve la diferenciación corporal masculina y femenina.
Ser varón y ser mujer son dos modos diversos de ser persona, ya que la persona entera es afectada por su naturaleza sexuada de mujer o de varón. Desde este punto de vista, la sexualidad no se reduce simplemente a una actividad concreta ordenada a la reproducción y la existencia de unos órganos y una fisiología específica -“lo sexual”-, sino que abarca toda una diversidad de aspectos que hacen que el varón y la mujer, siendo partícipes de una misma naturaleza, sean al mismo tiempo distintos en las diversas facetas de su ser, desde el tono de voz y la manera de andar hasta el modo de expresar la firmeza o la ternura -“lo sexuado”-.
La persona humana es varón o mujer, en referencia recíproca y complementariedad radical. “Ser varón es estar referido a la mujer, y ser mujer significa estar referida al varón”, escribe Julián Marías. Son como la mano derecha respecto de la mano izquierda; si no hubiera más que manos izquierdas, no serían izquierdas. La persona en cuanto varón es para la mujer, y en cuanto mujer es para el varón, y no sólo en lo relativo a la genitalidad. Ser en el cuerpo varón o mujer significa que la persona humana se ofrece en reciprocidad adecuada a una forma de vida en complementariedad, mediada por la mutua referencia corporal entre varón y mujer, y basada en la libre donación mutua y en la apertura a una comunidad de vida.
Pero la vida humana, decíamos, es de suyo una realidad unitaria. Y así, dado que en ella existen dimensiones y elementos distintos, es preciso configurarla mediante una adecuada integración.
Conviene, así pues, precisar primeramente cuáles son las dimensiones de la sexualidad humana:
1) Dimensión biológica.
a. Dimorfismo sexual -cromosómico, anatómico y fisiológico- ligado directamente a la función reproductiva: complementariedad de los caracteres sexuales.
b. En la especie humana no existe dependencia total de los individuos con respecto a las pautas de la especie, pero sí una tendencia sensible básica.
c. Es cauce y expresión de la individualidad y de la intimidad personal.
d. Su satisfacción es el goce o deleite (bienestar o placer fisiológico).
2) Dimensión afectiva:
a. Engloba emociones, sentimientos, necesidades, estados de ánimo, impulsos .
b. A través de la afectividad se expresan y captan necesidades, actitudes y deseos, y también aspectos interiores de las personas.
c. Enamoramiento: estado de ánimo o sentimiento generalizado de ilusión, de necesidad emocional y de valoración optimista de la persona amada.
d. Su satisfacción constituye el gozo o alegría (bienestar o placer emocional).
3) Dimensión personal:
a. Encuentro interpersonal, comunicación: ámbito de intimidad compartida.
b. Amor personal (conyugal): donación mutua.
c. Procreación: La donación mutua y la comunión personal se convierten en ámbito de acogida a una nueva persona, el hijo.
d. Su satisfacción es la felicidad compartida (bienestar o placer espiritual de la comunión amorosa).
e. Toda la dinámica fisiológica y afectiva se hace cauce para el don recíproco de las personas.
La integración de todas las dimensiones de la sexualidad no es fácil. Es una jerarquía en la que las partes intervienen, se complementan aportando lo que es propio de cada una para dar lugar a lo que es propio de la persona: la unidad de vida para la propia donación en el amor.
En el ser humano, la corporalidad en su aspecto o dimensión biológica, como venimos diciendo, no es un mero organismo; es también expresión y lenguaje de una realidad interior que se manifiesta a través de gestos, miradas, acciones corporales; es cauce y manifestación de una vida biográfica. Y esto incluye la sexualidad, en la que advertimos las tres dimensiones anteriormente mencionadas.
Intentar vivir sin contar con nuestra dimensión físico-biológica es intentar romper la unidad constitutiva del ser humano. La ruptura con lo biológico no libera de ataduras, antes bien conduce a lo patológico.
A su vez, intentar vivir sin contar con la dimensión personal, en la que la sexualidad se convierte en lenguaje, cauce y prueba de la donación amorosa, es, literalmente, despersonalizar el sexo y convertirlo en objeto e instrumento de dominación. El sexo sin amor entre seres humanos es despersonalizador.
Sin embargo, una adecuada subordinación de la dimensión biológica y la afectiva a la dimensión personal no destruye el dinamismo de aquellas, sino que las eleva al darles un sentido que supera sus meras posibilidades, de manera análoga a como la piedra se convierte en cimiento, al espacio que se convierte en hogar, al esfuerzo que se convierte en trabajo, o a la caricia que se convierte en símbolo de cercanía y compenetración entre dos personas.
Dos personas que se aman de verdad se entregan recíprocamente para compartir lo que son y lo que tienen. Se trata, en definitiva, de saber amar con el cuerpo. La corporalidad del hombre y la mujer es, en su complementariedad, una llamada a la comunión personal. El amor conyugal significa la búsqueda del bien de la otra persona y la entrega a ella a través de la complementariedad sexual.
La sexualidad convertida en expresión de amor personal se hace don de sí mismo para el bien de la persona amada y de la unión íntima -la comunión- de las personas que en ella se significa. Y así, el amor por el que dos personas se entregan recíprocamente para compartir lo que son y lo que tienen da un sentido profundamente humano al diálogo sexual.
Una vida sexual madura consiste fundamentalmente en vivir armónica y profundamente toda la potencialidad del amor conyugal, como donación mutua, en beneficio común y en apertura a la vida.
Niños y jóvenes necesitan ver a su alrededor gente como ellos o cercana a ellos (personas de referencia) que siguen formas de vida equilibrada y generosa, que saben querer de verdad y que son verdaderamente felices.
Sin esta fuerza moral, que brota de la relación personal concreta, es difícil creer que se puede vivir así. Por eso es tan esencial la función educadora de la familia: lo que uno ha vivido y experimentado adquiere la certeza de lo irrefutable.
Andrés Jiménez Abad.