jueves, 8 de febrero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (91)

CUANDO TOCA CASTIGAR… ALGUNAS PAUTAS (II)

           


             Venimos hablando de los incentivos que han de acompañar la motivación y las pautas de aprendizaje, entre los cuales, decíamos, se hallan los premios y los castigos. Continuamos tratando de estos últimos. 

        Castigos y correcciones han de venir precedidos de normas o de advertencias claras y razonadas. Es fundamental que se planteen y comprendan como consecuencias naturales de las acciones, nunca como una acción arbitraria o como gesto de poder. El niño debe saber con exactitud por qué se le castiga. De lo contrario, atribuirá el castigo al capricho, a la arbitrariedad o a la mala voluntad de quien le castiga (“me tiene manía”, “no me quiere…”)

            Los educadores, y sobre todo padre y madre, deben estar de acuerdo a la hora de premiar y de castigar para evitar el desconcierto o el resentimiento del niño: no puede sancionar uno lo que el otro considera tolerable o incluso normal o bueno. Ambos quedarán, además, desautorizados.

            Conviene aplicar la recriminación en privado, desapasionadamente y con el sincero propósito de ayudar al niño para que fortalezca su capacidad de autodeterminación. La corrección privada permite aclarar mejor las cosas, evita humillaciones públicas, casi siempre contraproducentes, y previene ante las posibles réplicas o malos modos del reprendido en presencia de testigos, lo cual podría minar la autoridad moral del educador. Por cierto, conviene que el lugar donde se aplica la corrección sea el “territorio” del educador, no el del educando, donde éste se siente ambientalmente más seguro. De lo contrario se corre el peligro de que “se crezca” o desafíe abiertamente la autoridad de aquél. 

            La corrección ha de apuntar en lo posible a la raíz del fallo. No es lo mismo que la causa sea el orgullo, la pereza, la superficialidad, el rencor, la vanidad o el miedo, por ejemplo. Por eso es bueno averiguar por qué el niño se comportó así: si hubo malicia o simple descuido, si  tenía claro lo que debía hacer y lo que podía pasar si no lo hacía, etc. A veces hay que corregir la intención, otras el modo de comportarse, otras la falta de atención o de interés…

            La corrección o el castigo tienen que buscar sobre todo el autoexamen y la resolución personal por parte del niño, y por ello han de servirle para reflexionar sobre los motivos de la acción, sobre el modo de atajarlos si son inadecuados, las consecuencias que se han seguido y el modo de restituir, si es el caso, el perjuicio ocasionado…, de forma que se vaya conociendo mejor a sí mismo, que averigüe cuáles pueden ser sus defectos dominantes y que haga propósitos de mejora en el futuro. 

            Si el defecto dominante –la raíz de la que procede el comportamiento inadecuado- está claro, es muy oportuno propiciar la autocorrección: si tiende a ser impuntual, que se proponga llegar a sus citas un poco antes; si es orgulloso, que procure reprimir sus quejas; si es perezoso, que se ofrezca voluntario a tareas que le resultan algo más costosas; si está enganchado a dispositivos, que decida prescindir de la TV o de las pantallas determinados días; si negligente, que se proponga asumir la responsabilidad de aquello en lo que ha mostrado despreocupación, si áspero o displicente, que haga algún favor a una persona a la que ha ofendido o que le resulta poco simpática, etc.

            Continuaremos…

          (Publicado en el semanario La Verdad el 26 de enero de 2024)

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