jueves, 19 de enero de 2012

EDUCACIÓN PARA UN TIEMPO DE CRISIS (IV)

       3.- Maestro, el que educa con su vida
        Valores y virtudes se educan en y desde la práctica, por medio del trabajo y la convivencia; pero más especialmente por el trato frecuente y habitual con personas que hacen brillar la virtud en su ser y en su obrar, es decir, con maestros. Las virtudes se dan vivas en la persona y con la singularidad que es propia de la persona. 
         Es maestro, en el más noble y amplio sentido de la palabra, quien sabe transmitir y suscitar en otro esa calidad humana. El maestro no nace, se hace; pero se hace maestro en la lucha consigo mismo, para poner a disposición de otros su mejor yo, sabedor de que sólo podrá esperar de sus alumnos lo que diariamente se esfuerza en conquistar sobre sí mismo. Sus propias limitaciones personales, incluso, aceptadas con sencillez y paciencia, pueden ser un privilegiado argumento para acompañar y comprender a sus alumnos en sus dificultades y en sus reticencias.
Es importante señalar que no son los métodos los que hacen bueno al maestro, sino el maestro el que hace buenos los métodos. Más aún, puede decirse que en el fondo el verdadero método es el maestro mismo, precisamente porque enseña lo que vive y vive lo que enseña.
Nuestros niños y nuestros jóvenes no serán mejores estudiantes, profesionales, padres de familia o «simplemente» personas, por el mero hecho de que les hablemos en abstracto de los valores. La clarificación y el discernimiento sin duda son necesarios. Y la falta actual de referentes claros y profundos convierte ambas tareas en necesidades urgentes y básicas. Pero los elementos que soportan el basamento ético de una colectividad humana (su “ethos”) no pueden ser asimilados más que por relación interpersonal, por contacto, por roce convivencial con personas que sirven de referencia y enseñan a vivir con su mismo modo de vida.
Es preciso resaltar con fuerza el perfil y la labor del maestro o la maestra verdaderos. La educación moral, es decir, la más genuina educación en valores, se sustenta en la autoridad moral de los maestros; toma sus criterios de una adecuada visión del ser humano y del sentido de la vida, que se muestran a través del ser y del hacer del maestro, en quien se confía. 
En la práctica se traduce en proponer a los alumnos y en vivir uno mismo como referentes propios unos ideales verdaderos y valiosos que impulsen a la mejora constante, y en forjar la base conductual de un carácter estructurado por virtudes humanas que son fruto del autodominio personal y de una disposición permanente a realizar el bien. 
El maestro es una persona dotada de autoridad (“auctoritas”, capacidad de dar auge, de ayudar al crecimiento) porque con su modo de vivir enseña a crecer en humanidad. Su autoridad emana en el fondo del prestigio y la confianza que nacen de una disposición de servicio cualificado, que se realiza por medio de su saber y de su actitud.
Esto hace que la docencia, por su notable componente vocacional y ético, no sea equiparable a otras profesiones. 
A.J. (Continuará)


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