miércoles, 8 de marzo de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (59)

     EL CREPÚSCULO DE LA VERDAD

 


Se ha instalado entre nosotros, incluso (¿sobre todo?) entre el profesorado, una suerte de relativismo vergonzante y romo que incita, no al clásico sapere aude (atrévete a saber) sino al ramplón "nadie tiene la verdad". 

Decía George Steiner en su libro Lecciones de los Maestros que los profesores han quebrantado su “juramento hipocrático” de buscar la verdad, de ofrecer honestidad en sus juicios arriesgándose a la impopularidad, según pide su vocación. Porque el primer servicio de un maestro debiera ser el servicio a la verdad. Evidentemente, no todos los profesores están en el caso, pero haberlos… haylos. Me temo que demasiados.

Añade Steiner que muchos “oráculos de opinión” que se nos imponen desde los medios de comunicación y muchos responsables de la educación (obedientes sumisos a aquellos oráculos), se dedican a rebajar a su audiencia y a sus alumnos a su nivel de mediocridad. 

Es un hecho que nos vemos expuestos a sedicentes gurús y pretendidos maestros que, más que servir a la verdad, pretenden seducir, generar adeptos para otras causas o para su propio ego. Por ello niegan la posibilidad de la verdad o la ocultan bajo los mil requiebros de las emociones, de la ocurrencia demagógica o de la transgresión fácil. En este terreno la falsa educación sexual prolifera, amparada por mentes huecas encaramadas al poder. 

Y es que la verdad (la realidad) ob-liga. Sí, la verdad nos hace libres, pero ata; como nos atan las leyes de la gravitación o los principios que que rigen la vida. Porque no es lo mismo ser libres que andar sueltos. 

Es preciso formar, seleccionar y respaldar a maestros que estén comprometidos con la verdad de las cosas y del ser humano. Que enseñen a leer en la realidad, en los libros, en los acontecimientos…, a pensar por uno mismo. Como afirmaba Julián Marías, no es concebible que se dé tanta importancia a quien escribe un libro (incluso si el libro merece la pena), y pase tan desapercibido el maestro que enseña a leerlo. 

Enseñar a leer y a pensar, sea cual sea el soporte y la situación, no es convertir al lector en un consumidor de lecturas, noticias y modas, sino en un creador de reflexiones dotadas de criterio. El conocimiento, o se integra en una constelación de significado o es un saber insignificante. Ese es el papel del maestro: aportar referentes para juzgar acerca de lo que vale y de lo que no; ayudar a configurar claves de discernimiento de las informaciones, a distinguir los datos de las opiniones, lo esencial de lo secundario, el pensamiento del "sensamiento”, la apariencia de la realidad.

La vida se banaliza en el momento en que desaparece la frontera entre lo sustantivo y lo adjetivo, entre lo valioso y lo trivial. Como consecuencia de esa banalización, en nuestra escuela actual se ha extendido una modalidad del “síndrome de Diógenes” (ese amontonar cacharros y basuras en casa sin ton ni son). Al estudiante se le exige que sepa casi nada de casi todo (cultura del zapping y del tik-tok). La superficialidad se ha hecho vocación.

Quizás alguien pensó que mostrando la casi infinita multiplicidad de opiniones y tendencias hoy a la moda, los alumnos sabrán elegir. Pero esta es la mejor forma de mover al escepticismo y a la nada. 

(Publicado en el semanario La Verdad, el 3 de marzo de 2023)

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