“EL QUE NO VIVE COMO PIENSA…” EDUCAR EN LA REFLEXIÓN (II)
Lo más tempranamente posible, los padres tienen que encontrar el tiempo y el momento adecuado de hablar y actuar con sus hijos para fomentar la capacidad de aprender a distinguir el bien del mal, lo justo de lo injusto, a reconocer lo auténticamente valioso en la vida y a distinguirlo de lo que no lo es aunque aparente serlo; que reconozcan la importancia de hacer el bien y evitar el mal, aunque sea con esfuerzo.
El aprendizaje en el ejercicio de la reflexión se refiere, por un lado, a cuestiones teóricas: comprender lo que son las cosas, su valor y su sentido, tener ideas claras.
Pero también tiene que ver con cuestiones prácticas: saber cómo tratar bien a las personas, cómo funcionan las cosas y como utilizarlas, resolver problemas que acontecen en nuestra vida, saber acerca de uno mismo para conocerse y aspirar a una vida lograda y plena. Es esencial el comportamiento, lo que uno hace en relación con las personas, con las cosas y consigo mismo: aprender a tratar bien, a resolver problemas de todo tipo, a perdonar, a rezar, a forjarse un carácter... Se aprende a pensar actuando y reflexionando acerca de lo hecho. Sólo quienes viven de forma virtuosa pueden comprender de verdad el valor e importancia de la virtud, y además sólo de ellos puede aprenderse.
Porque se puede conocer la verdad acerca del valor de una acción y no ser a la vez consecuente con él. El ejemplo es más elocuente que las palabras. Una persona, por ejemplo, puede tener muy claro que no debe ser desleal, pero quizás murmura de sus amigos ante otras personas; o que no se debe mentir, pero...
Recuerdo haber presenciado hace unos años la siguiente escena en casa de unos conocidos. En la sobremesa -que sin duda es un buen momento para hablar de todo y dejar caer criterios y observaciones interesantes, y también para escuchar a los demás-, el padre les decía a los hijos pequeños qué importante era no mentir nunca y decir siempre la verdad. Con énfasis y de manera bastante convincente, todo hay que decirlo. Los niños no pestañeaban. Pero en ese momento alguien llamó al teléfono -aún se usaban los teléfonos fijos, creo- y uno de los pequeños fue a atender la llamada. Cuando volvía para trasladar de quién se trataba, el padre, en voz semibaja y con cara de cierta ansiedad, le dijo: “-¡Dile que no estoy, dile que no estoy!”… ¿Lección aprendida?: Que se puede mentir cuando interesa.
Puede parecer, como ya decía el bueno de Sócrates -demasiado bueno quizás, a este propósito-, que basta con conocer el bien para ser virtuoso. De hecho algunas teorías educativas se limitan a la “clarificación” emocional y de valores. Pero Aristóteles recuerda que, entre las ideas por un lado, por muy claras que estén en teoría, y los hechos por otro, hay dos obstáculos que salvar: la debilidad -“no puedo, cuesta mucho…”- y la libertad -“uff, pero… es que no me apetece”. Y concluye: “Lo importante no es saber lo que es bueno, sino ser bueno”. A obrar el bien (y a conocerlo) se aprende obrando el bien.
Para conocer la verdad -“de verdad”- es preciso que la vida se ajuste a ella. Porque -y esto muy a menudo se olvida- quien no vive como piensa, acaba pensando como vive.
(Publicado en el semanario La Verdad el 17 de marzo de 2023)
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