“MAMÁ, QUIERO SER INFLUENCER” (I)
Tradicionalmente, las empresas han venido utilizando a figuras atractivas y famosas: artistas, deportistas, cantantes o incluso expertos en diferentes sectores, para ayudar a vender sus productos a través de anuncios de televisión, radio y publicaciones diversas.
Pero desde hace algo más de dos décadas el auge de las redes sociales ha hecho que personas comunes hayan logrado acaparar una cantidad importante de seguidores sobre los que ejercen una influencia significativa gracias a los contenidos que comparten en sus redes, por ejemplo en Instagram, Tik-Tok o YouTube.
En definitiva, son más populares y consiguen que sus seguidores imiten su comportamiento y compartan sus gustos o sus consejos. Se han convertido en altavoces sorprendentemente eficaces que han venido a configurar el llamado “marketing de influencia”.
Destacan aquí dos aspectos concretos para nuestro interés, por un lado el poder persuasivo e incluso adictivo de las redes sociales y por otro el atractivo de la figura del influencer.
1.- Las redes sociales han sido diseñadas para ser adictivas: Capturan nuestra atención y ofrecen respuestas y gratificaciones inmediatas a nuestras demandas. Las pantallas aprisionan nuestra atención porque multiplican luz, sonido, movimiento, imágenes sugerentes que cambian con rapidez. Su objetivo es que pasemos el máximo de tiempo posible delante, interactuando o simplemente asomados a la pantalla, consumiendo información.
Se favorece así un fenómeno muy extendido de “drogodependencia emocional”. Vivimos en una cultura sentimentaloide y emotivista, tendente a la gratificación inmediata, y en la que se busca alivio, confort, evasión, deseo de ser querido y halagado para reforzar la propia autoestima, pero que produce al mismo tiempo una generalizada falta de resistencia a la frustración y una propensión al estrés cuando los deseos no se ven satisfechos de manera inmediata.
La necesidad de gratificación y de evasión lleva a no ser capaces de prescindir de las redes y de las pantallas. Esta adicción se produce, por lo demás, a ambos lados, tanto por parte del consumidor de dispositivos como del que genera los contenidos, que no sabe prescindir de la búsqueda de éxito.
2.- El “marketing de influencia” nos muestra a gente común, en principio, que aglutina a miles de seguidores en las redes. La figura del influencer se ha convertido en una especie de gurú contemporáneo, un líder que crea opinión, marca tendencia, suscita admiración e imitación habitual y acrítica. Es un perfil que se ha hecho muy popular especialmente entre jóvenes que lo ven como una profesión muy apetecible, con la que además se puede ganar dinero esforzándose relativamente poco (“desde casa”, incluso).
Conviene advertir de que hay otra cara en esta moneda, a la que antes aludíamos de pasada: Es bastante frecuente que jóvenes influencers que parecían haber colmado toda expectativa de éxito, seguidos por millones de personas y con una holgada economía, caigan en depresión o ansiedad e incluso lleguen a quitarse la vida de manera inesperada. Al cabo terminamos sabiendo que se veían sometidos a una gran presión, a una enorme dependencia emocional que no han sabido manejar, a una gran fragilidad para afrontar críticas o insultos a veces crueles, o aparece un vacío existencial que no se ve satisfecho por el halago y la adulación de sus fans y seguidores.
(Publicado en el semanario La Verdad el 14 de marzo de 2025)
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