lunes, 27 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (153)

 

¿EDUCAR EN LA ADOLESCENCIA? (V)

 


A menudo se escucha a educadores -por lo general profesores y padres un tanto o muy desesperanzados en el fondo- que en la adolescencia lo que procede es orientar para la capacitación profesional e insistir sobre todo en el aprendizaje de las habilidades y competencias técnicas -idiomas, tecnología de la información y la comunicación, inteligencia artificial…-, porque lo importante es ofrecer herramientas para un futuro que es cada vez más inmediato y cambiante. 

A algunos les parece que intentar educar -no solo adiestrar e instruir- en la etapa adolescente, para la familia y para la escuela, ya es llegar tarde. Eso sí, a muchos padres y profesores les preocupa, en todo caso, que la adolescencia adquiera un tono de excesiva rebeldía, que se lleven a cabo conductas de riesgo, que pese demasiado la influencia de malas compañías… Y en esto, a menudo es verdad, se llega tarde.

Pero la experiencia, el contexto social y cultural presente -al que venimos aludiendo-, y el sentido común dicen que la adolescencia es un momento esencial y álgido para ahondar en la acción educativa. Y es todo un reto. Esta llamada “segunda edad de oro del aprendizaje” -obviamente la primera es la infancia, en la que se ponen las bases- es la última gran oportunidad para adquirir hábitos, consolidar o cribar criterios, empezar a asumir ciertos compromisos e ir configurando de manera más contrastada una escala personal de valores, que guíe su incipiente personalidad. 

Del educador -¡también del padre y la madre, aunque no es fácil muchas veces!- se espera que oriente y acompañe al adolescente en su personal proceso de autoconocimiento y en sus primeras tomas de decisiones. No que le sustituya, ni que “le lleve de la mano” porque “sabe lo que le conviene”. Entre otras cosas, lo normal es que su figura de autoridad haya ido menguando según avanza la pubertad de los hijos, y son estos los que tienen que ir aprendiendo a tomar sus propias decisiones, incluso a riesgo de equivocarse. Pero sí habrá que estar cerca y atentos para ofrecer consejo, consuelo o calma cuando se nos pida, y nunca avasallando o negándoles la iniciativa. 

¿Cómo? Con firmeza, tacto y paciencia. Sobre la base de haber ganado su confianza, es preciso que el padre y la madre traten de empatizar con su hijo o hija, y de establecer una relación afectiva abierta a posibles confidencias, dejándoles tomar decisiones, ayudándole a reflexionar acerca de ellas y autocorregirse llegado el caso. Habrá que seguir poniendo límites, ciertamente, sobre lo más esencial, y negociar en otras cosas de menor trascendencia. En ocasiones habrá que “hacer la vista gorda”, con paciencia, a la espera de que recapaciten.

A pesar de lo que se ha dicho, es también verdad que hay adolescentes que no se limitan a confiar sus problemas personales solo a los amigos de su misma edad; algunos confiesan que su mejor confidente es su padre, su madre o cierto profesor o tutor, porque es quien más y mejor le escucha, le acepta y orienta en sus dudas y zozobras, a pesar de todo. 

Pero esta confianza hay que empezar a ganársela mucho antes, a lo largo de la infancia. En realidad, la educación en la edad adolescente empieza en los años que la preceden; solo puede darse sobre la base de lo trabajado durante la infancia.

         (Publicado en el semanario La Verdad el 24 octubre 2025)

miércoles, 22 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (152)

ADOLESCENCIA (IV)

El gran protagonismo que actualmente tienen los adolescentes y jóvenes en la vida pública, la proliferación de adicciones digitales, el elevado y creciente consumo de sustancias, la progresiva inadaptación a la vida familiar y escolar, preocupan por fin a una sociedad que se ve sobrepasada e impotente. Una sociedad muy tecnificada y orientada al pragmatismo, pero escéptica en las cuestiones relativas a la escala de valores y al sentido último de la vida, e inmadura en otros aspectos como las relaciones de afecto o la asunción de responsabilidades.

El adolescente aún no sabe muy bien a qué atenerse con respecto a lo que se espera de él o ella. Se encuentra con exigencias a menudo contradictorias tanto en la familia como en la escuela. Con frecuencia se le exige como si fuera adulto (“ya eres mayor para…”) y, al mismo tiempo, se le trata como a un niño (“todavía no eres lo bastante mayor para…”) Pero a la vez, el acceso ilimitado a los dispositivos le asegura que “todo es posible”. Y eso por un lado no es verdad, porque no todo es posible, y por otro no es bueno, porque no todo lo posible es adecuado. 

De este modo, los adolescentes tienen que adaptarse en poco tiempo a una compleja encrucijada de expectativas procedentes del mundo circundante, ya que el “escenario social” del que empiezan a sentirse parte es un mundo bombardeado por apremios muy intensos y contundentes, en muchos casos impulsados por un mercantilismo sin escrúpulos. 

Han nacido y se han criado con Internet, tabletas, teléfonos móviles y videojuegos. Su aprendizaje ha sido a través de la imagen en gran medida, y sus relaciones están determinadas por las redes sociales. Esto provoca una tendencia al inmediatismo -lo quiero y ya- y a la superficialidad -ciertas situaciones y experiencias requieren tiempo y reflexión pausada. Han pasado más tiempo con su ordenador que con juegos físicos; y con “amigos virtuales” que con amigos reales. Por otro lado, se han convertido en un atractivo mercado; son potenciales compradores compulsivos de productos que están de moda, sobre todo ropa, calzado deportivo y aparatos electrónicos de todo tipo.

Los adolescentes, hoy particularmente, viven según un ritmo excesivamente rápido, de forma acelerada, y a menudo están desasosegados. Y el desasosiego incapacita, entre otras cosas, para un ocio vivido satisfactoriamente. Al buscar diversión en prolongadas y masivas salidas nocturnas buscan evasión, una fuga de su propia realidad para perseguir experiencias nuevas y excitantes. Pero esta fuga deja muchas veces un poso de inseguridad e insatisfacción y por ello induce al aburrimiento.

El aburrimiento está ligado al conformismo; es la permanencia en lo mismo, sin verdadera novedad, es el cansancio de la voluntad y los afectos. Siete horas seguidas sin otro recurso que ingerir alcohol en el botellón, por ejemplo, garantiza el aburrimiento, aunque no se confiese. Este aburrimiento no se debe tanto a los factores externos sino a ciertas carencias internas. Uno no se aburre de ninguna cosa en concreto, sino de sí mismo: no se ve como interesante; uno se aburre cuando se experimenta a sí mismo como vacío.

Estos trances se presentan como un reto que requiere esfuerzo, aprendizaje, criterio y autodominio. ¿Somos conscientes las familias y los centros escolares de lo importante que es, ante esta etapa y este contexto cultural, no renunciar a la educación?

(Publicado en el semanario La Verdad el 17 de octubre de 2025) 

lunes, 13 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (151)

 

LA ADOLESCENCIA, CATEGORÍA CULTURAL (III)

 


Se insiste desde hace varias décadas en que la adolescencia no es solo una fase del desarrollo biopsicológico, sino también una categoría cultural. Se ha afirmado, por ejemplo, que la psicología de la adolescencia es principalmente una psicología de los adolescentes en países occidentales, desarrollados y con un cierto nivel de prosperidad, mientras que en otros contextos propiamente no habría adolescencia porque el paso de la infancia a la vida adulta es inmediato y abrupto.

            Parece claro, por otro lado, que actualmente la adolescencia tiende a comenzar antes y a terminar más tarde que en otras épocas debido a motivos culturales. Por un lado la infancia “se acorta” -o se “salta”-, no por la precocidad de los cambios biológicos de la pubertad, sino por una “mala comprensión” de la infancia: muchos niños son obligados por sus padres a “crecer” -que no a madurar- y comportarse como casi adultos; no tienen tiempo libre, no mantienen unas relaciones familiares sosegadas, no juegan libremente, se les viste como adultos para ser “trendy”, mostrarse  “fashion”, cuidar su “outfit”…, o simplemente se los deposita en las redes de las pantallas, que bombardean su sensibilidad y sus neuronas con directrices consumistas e ideológicas.

La adolescencia, además, como mentalidad, se ha ido prolongando cronológicamente en los últimos años, retrasándose sensiblemente la llegada de la adultez hasta el momento de asumir responsabilidades profesionales y familiares, lo que ocurre bastante más tarde que hasta hace dos o tres décadas, si es que ocurre. 

No es desdeñable esta observación. En los últimos años ha variado la sensibilidad social. Hasta mediados del siglo XX la edad adulta e incluso la ancianidad se consideraban etapas de la vida revestidas de prestigio y autoridad; y la juventud era sinónimo de inexperiencia. La educación consistía en una “preparación para la vida”, con la meta de llegar a ser un adulto capaz de valerse por sí mismo. Pero desde el último tercio del siglo XX -algunos lo asocian al año 68-, da la impresión de que la meta de muchos es mantenerse en la adolescencia como refugio permanente. Juan Antonio G. Trinidad, afirma que “la adolescencia hoy parece un periodo de la vida que empieza con la pubertad y termina… con la vejez”.

            Se habla también de una “sociedad adolescente” que ostenta rasgos de inestabilidad, inseguridad, narcisismo e inmadurez. Nuestras sociedades líquidas (Abilio de Gregorio hablaba incluso de “sociedades gaseosas”) registran una tendencia a vivir en el inmediatismo, el hedonismo y el subjetivismo moral, y a eludir comportamientos propios de la madurez y la vida adulta: compromiso, responsabilidad, toma de decisiones, autocontrol, etc. 

Hay padres (y madres) que no quieren ser adultos sino permanecer adolescentes como sus hijos. Creen que “la sociedad” se ocupará de todo. Son permisivos, no valoran ni asumen responsabilidades y en consecuencia tampoco las exigen a sus hijos. 

Serían en realidad “adultos adolescentes”, modelos de actuación para futuros “adolescentes no adultos”, para los que solo hay derechos y no deberes, a quienes producen desazón palabras como esfuerzo, compromiso, obediencia o abnegación.

Ha pasado el tiempo… Algunos de estos últimos son ya maestros y profesores. Sorprende poco la afirmación de la pedagoga Mercedes Ruiz Paz: Tengo la impresión de que millones de adolescentes son educados por… millones de adolescentes”.

        (Publicado en el semanario La Verdad el 10 de octubre de 2025)


lunes, 6 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (150)

ADOLESCENCIA (II)

 


La adolescencia viene configurada sobre todo por el descubrimiento del ‘yo’, que hace que despierte en el niño que va dejando de serlo, la conciencia de la propia personalidad única e irrepetible. Este descubrimiento es una de las consecuencias de la aparición del pensamiento reflexivo, que incita a conocer el mundo interior. Se va perfilando así la intimidad, la conciencia de ser uno mismo: ¿Quién soy yo?”, esta búsqueda es la tarea fundamental de la adolescencia. 

Este momento y los cambios que genera suelen preocupar seriamente a los padres, sobre todo si sus hijos se adentran en esta transición sufriendo u ocasionando problemas, cosa bastante frecuente. Ello acontece porque un aspecto importante de esta etapa es que la afirmación del propio yo tiene lugar por contraste y a través de un enfrentamiento con las figuras de autoridad, especialmente en la familia -sobre todo con la más acusada durante la infancia, bien sea la paterna o la materna- y, en general, con los referentes adultos -“Ellos no entienden…”-.

Así pues, al iniciar la adolescencia, los que “ya no se sienten niños” afrontan el deseo de desarrollar su independencia y su singularidad personal al margen (y a la contra) de quienes han sido hasta entonces sus figuras adultas de referencia. Intentan ir consolidando una identidad en la que destaca una conciencia moral paulatinamente más autónoma, la adopción de pautas de comportamiento relativamente típicas (con las que se busca seguridad emocional) y, sobre todo, la necesidad de configurar un concepto de sí mismo y un sentido para la propia vida.

La singularidad de la propia existencia –“mi vida es mía”- y la simultánea inseguridad acerca de lo que se tiene que hacer para ser de verdad uno mismo, lleva al adolescente a mirar hacia sus iguales para tomar referencia, para comunicar e intercambiar inquietudes y experiencias, para compartir deseos, preocupaciones y sueños: “-mis amigos me entienden…” La influencia y la presión del grupo aparecen como fuente de aceptación, de seguridad y de identificación para el adolescente y sustituyen a la autoridad paterna y materna, a las que se adjudica un perfil más bien impositivo y distante. 

Hoy es llamativa la figura de los influencers, que a través de las redes sociales se han convertido en referentes para un impresionante número de “seguidores”. El joven influencer aparece como una especie de gurú contemporáneo, un líder que crea opinión, marca tendencia, suscita admiración e imitación habitual y acrítica.

Surgen así expectativas nuevas, intensas, incentivadas por el bombardeo procedente de las redes y los medios, que proponen al muchacho o muchacha actitudes alternativas a las normas y valores familiares. 

Dichas alternativas, atrayentes y evasivas, incluyen formas de vestir y pensar, lugares propios y con frecuencia ciertos consumos (se habla de adicciones a sustancias y también a comportamientos) y actividades de diversión que excitan y cautivan, pero que, a menudo, al cabo de un tiempo, no cumplen las expectativas que despertaron, “no llenan”, dejando un poso de vacío, de desencanto y aburrimiento... 

Aburrimiento que a su vez se tiende a superar frecuentemente con estímulos y experiencias más intensas o excitantes, que suelen identificarse invariablemente como propias de los jóvenes y supuestamente distintivas respecto del mundo y la vida de los adultos. Pero esto requiere que nos detengamos a hacer algunas puntualizaciones. (Continuará)

    (Publicado en el semanario La Verdad el 3 de octubre de 2025)

domingo, 28 de septiembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (149)

ADOLESCENCIA (I)

            Se conoció cuál era el otro final de la serie Adolescencia que los  directores tenían pensado, pero no eligieron - LA NACION            

    La Psicología de la Adolescencia se está convirtiendo en uno de los temas educativos y sociológicos más atrayentes; proliferan los estudios y debates científicos que abordan en profundidad esta decisiva etapa del ciclo vital. Por otra parte, los novelistas y guionistas de cine recurren a ella para encontrar temas interesantes; aún perdura, por ejemplo, el impacto mundial de la serie “Adolescence”, de Stephen Graham, de este mismo año 2025, que tanto debate desató. Se puso de manifiesto la dificultad y el temor de muchos adultos -padres, educadores, autoridades…- a la hora de enfrentarse de cerca al mundo adolescente.

Sin duda, la adolescencia está llena de enigmas. Quien primero se encuentra con ellos es el propio adolescente: el naciente pensamiento reflexivo le mueve a un autoanálisis que estaba ausente en la infancia. 

El descubrimiento del yo (un yo que ya no se limita, como antes, a relacionarse con “otras personas” y con las “cosas externas”, sino que es movido a interrogarse y a pensarse a sí mismo) es la puerta abierta a inesperados y desconcertantes enigmas: ideas, sentimientos y estados de ánimo ante situaciones que resultan sorprendentes: “Los cambios que en todos los órdenes experimenta, hacen al sujeto considerarse a sí mismo como problema. De ahí el proceso de interioridad tan característico. Es precisamente esta situación un aspecto central de la adolescencia: la necesidad de asumir la propia identidad, sentirse uno mismo, distinto de los demás.” (G. Castillo)

Los enigmas que encuentra el adolescente a lo largo de la indagación sobre sí mismo le crean en principio desconcierto y hasta desánimo en determinados momentos. Es el momento en que se descubre y se empieza a asumir una de las dimensiones más importantes de la personalidad: la intimidad, la conciencia de ser uno/a mismo/a. Es una edad de altibajos y descubrimientos, de subjetivismo; a la vez compleja y apasionante. 

            Junto con las transformaciones corporales brotan con fuerza la necesidad y el deseo de serindependiente como condición para ser uno mismo, pero desde la inseguridad que da el no haber tenido experiencia previa de lo que se pone en juego. La sensación dominante, vista desde fuera, es de rebeldía y desazón. Pero desde dentro, es la de un impulso emocional que se va afirmando con altibajos, mezclándose euforias, frustraciones y ansiedades. La adolescencia es un proceso de maduración, de preparación, no de simple inmadurezEs un tiempo de búsqueda, de transición, y por lo tanto de perplejidad y de inseguridad al afrontar nuevas posibilidades. La adolescencia transita hacia la nueva etapa que se avecina, la edad adulta, y supone un considerable salto cualitativo con respecto a la etapa anterior, la infancia. 

            La miope reducción de la adolescencia a mera “edad del sufrimiento” por parte de algunos ha contribuido mucho a que esa fase se vea en cierto modo como una enfermedad, ignorando el papel que desempeña en la construcción de la personalidad. Pero no se trata de una crisis de tipo patológico, sino de crecimiento, de adaptación a una nueva edad con sus expectativas diferentes. 

            Difícil, eso sí, para muchos educadores, incluso temible para algunos. Es reveladora la definición que una muchacha de 15 años daba de la adolescencia: 

            “-Es esa etapa en la que a los padres no hay quien los entienda”.

 (Publicado en el semanario La Verdad el 26 de septiembre de 2025)

sábado, 20 de septiembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (148)

DEL DESEO DE APRENDER AL AUTODOMINIO


Una educación orientada y centrada en el desarrollo de la persona hacia su plenitud ha de partir indispensablemente del asombro y el deseo innato de aprender que observamos en la infancia. 

El educador (padre, maestro…) ha de suscitarlos para propiciar el aprendizaje y el ejercicio de experiencias significativas a través del trabajo (reflexión, esfuerzo, responsabilidad, constancia, adquisición y ejercicio de hábitos) y de la convivencia. Esto ayuda al niño y al joven a avanzar hacia la verdadera libertad, que no consiste simplemente en “querer”, sino en “saber querer”: en ser dueño de uno mismo y optar por lo bueno, lo justo, lo valioso, lo verdadero.

La adolescencia, se ha dicho, es la segunda edad de oro del aprendizaje; y aunque la infancia es más fundamental porque sienta las bases del desarrollo, aquella lo es en otro sentido, porque es la última gran oportunidad del educando para tomar decisiones importantes para su cerebro, su personalidad y su orientación vital.

El cerebro adolescente cambia de manera fantástica. Freud consiguió convencer a muchos de que la infancia vivía bajo el régimen del deseo, del que salía para entrar en el tremendo régimen de la realidad. Se olvidó de que entre ambos hay una etapa extraordinariamente fértil: la edad de la posibilidad, de la conciencia de la propia singularidad, característica esencial de la adolescencia.

La adolescencia es la época de la posibilidad y de la adquisición/consolidación del carácter, ya que coincide con el desarrollo de los lóbulos frontales del cerebro y el fortalecimiento de las funciones ejecutivas. Al mismo tiempo aparece el afán de autonomía personal, de una libertad sin barreras, necesitada sin embargo de referencias consistentes. Suele ser también, por ello, escenario de significativas frustraciones de las que es preciso también aprender.

Afirma José A. Marina que “según la Neurociencia, la experiencia consciente emerge del trabajo no consciente de nuestro cerebro y a partir de ella podemos introducir variaciones en la formidable maquinaria neuronal”. En un horizonte de comprensión más abarcador, este bucle prodigioso lo denominamos con palabras que comienzan por el prefijo “auto”: autocontrol, autorregulación, autodeterminación...; autodominio, en suma.

El autodominio implica actuar voluntariamente sobre nuestra inteligencia y sobre nuestra afectividad para orientarlas hacia valores significativos, hacia ideales de excelencia humana. Supone también el ejercicio continuado y bien orientado que nos hace pasar del “querría”, “me gustaría”… al logro efectivo, al “lo hago”.

La persona aprende a dirigirse a sí misma, a autogestionarse. El autodominio (los clásicos hablaban de prudencia, templanza, fortaleza y justicia…) es la función ejecutiva central en el desarrollo de nuestra personalidad. Es una capacidad más o menos amplia para dirigir, cambiar o bloquear las operaciones y los impulsos. Y su efecto es colosal, porque permite que el cerebro “se construya” a sí mismo. Más aún, lo que se forja y se eleva, paulatinamente, es la personalidad madura. 

Así pues, este momento decisivo del desarrollo de la personalidad consiste en aprender a dirigir aquella poderosa “maquinaria neuronal” -una base que nos capacita para el autoaprendizaje y que no conocemos del todo- hacia metas valiosas, elegidas voluntariamente. Es el proceso y el fruto de una lenta y bien dirigida educación. Tanto en el colegio como en la familia, el norte ha de estar en el mismo sitio.

(Publicado en el semanario La Verdad el 19 de septiembre de 2025)

viernes, 12 de septiembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (147)


LA IMPORTANCIA DEL ASOMBRO

     

Decíamos en el artículo precedente que nos hallamos en un contexto social y cultural cada vez más superficial y frenético, más utilitarista y hedonista, y por ello también más desalentado. Las prisas y las pantallas impiden a nuestros niños y jóvenes -a muchos adultos también- reflexionar y saborear con calma y con sosiego, saturan nuestros sentidos, embotan la conciencia y dificultan la capacidad de contemplación y de descubrimiento. 

Una profusión de actividades servidas de manera vertiginosa nos apartan de la contemplación de la naturaleza, del silencio, del juego creativo, del asombro ante la belleza, del conocimiento sereno y profundo de las cosas y de su valor, lo que, entre otras cosas, hace la tarea de educar más compleja, y a la vez aleja a nuestros niños -y no solo a ellos, por supuesto- de lo esencial. Si no hay silencio y calma, es imposible la reflexión, nos limitamos a reaccionar. El ambiente succiona y somete, los caracteres se ablandan… Se ha llegado a decir que los hijos son más hijos del ambiente que de sus padres.

Muchos hombres y mujeres, desde edades tempranas, se ven incapacitados para contemplar sosegadamente la realidad. La profundidad nos asusta o nos aburre. Nos mueve lo inmediato, los estímulos más superficiales; nos cuesta esperar resultados a medio y largo plazo. Hemos perdido capacidad para el asombro, que es la puerta del saber.

El asombro es un sentimiento de sorpresa y de admiración ante algo que no esperábamos. Nos impulsa al conocimiento, a profundizar mediante el estudio, a la contemplación y al deleite, a buscar, a crecer, a avanzar… 

Es también una actitud de humildad y agradecimiento ante lo bello. Lo primero que acontece en la experiencia estética es ese asombro que sigue y acompaña a la captación sensible; da paso a la fruición, al deleite, a la contemplación gozosa: origina un “pararse para mirar”, para escuchar; un percibir atento, exento de toda posesión utilitaria, desinteresado. 

Lo contemplado se interioriza entonces, se hace propio y se “está” en su presencia, dejándose uno mismo “apropiar” a la vez por ello, por cuanto irradia, hasta culminar en un sentimiento de plenitud: el entusiasmo, en aquella suerte de “enajenación” y “estar poseído por algo divino” que tiene mucho de enamoramiento, según lo describía Platón (Cfr. Fedro, 249, d-e). Ya no es mero “placer para los sentidos” sino un gozo a la vez sensible y espiritual de toda la persona.

Dejar que el asombro y la contemplación nos eduquen es crecer con la mirada abierta a la belleza, a la hondura y variedad de las cosas, aprender a contemplarlas con respeto y gratitud. El asombro, decíamos, suscita el interés, la ilusión, el deseo de conocer y de saber; es el principio del conocimiento: una emoción, un sentimiento de admiración y de elevación frente a algo que nos supera y nos encumbra.

Chesterton decía que “los hombres vulgares son aquéllos que estuvieron ante lo sublime, ante lo grandioso, y no se dieron cuenta”. Él mismo poseía una mirada capaz de admirarse hasta el extremo. En una frase formidable que a Borges le encantaba recordar, Chesterton afirmaba: “Todo pasará, sólo quedará el asombro, y sobre todo el asombro ante las cosas cotidianas”.


 (Publicado en el semanario La Verdad el 12 de septiembre de 2025)

sábado, 6 de septiembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (146)


¿ENSEÑAR A MIRAR?

Platón, siguiendo a su maestro Sócrates, consideraba que educar  es introducir en la realidadPor el contrario, en su misma época (s. IV a. Jc.) los sofistas sostenían que la educación consiste en el acopio de conocimientos, concepción hoy presente en  la “titulitis” que padecemos en los ámbitos académicos. Eso, por no entrar en escenarios políticos, donde además el fraude se halla a la orden del día. 

Es lo mismo tener un título que saber? No, no siempre al menos. Tener el título de magisterio, por ejemplo, no significa que uno sea maestro. Ser maestro implica muchas más cosas que no se reflejan en el trámite que habilita legalmente para serlo. Pero, volviendo a eso de “introducir en la realidad”, … ¿qué quería decirse

Platón decía que significa “aprender a mirar”, dirigir nuestra capacidad de comprensión hacia lo que de verdad importa: la verdad, la belleza, el bien común, el Bien con mayúscula... Saber acerca de las cosas, las personas, los acontecimientos, la conducta recta; y no conformarse con las apariencias, el quedar bien, los intereses particulares, lo que está de moda o simplemente nos atrae:

            «Hay que volverse desde lo material y efímero con toda el alma, hasta llegar a ser capaz de soportar la contemplación de lo que es valioso y perdurable, y lo más luminoso de cuanto existe, que es lo que llamamos el Bien. Por consiguiente, la educación sería el arte de volver la mirada del alma de la manera más fácil y eficaz posible, y en caso de que lo haya hecho incorrectamente y no mire adonde debe, posibilitando la corrección.» (La República)

No se trata, así pues, de buscar el poder y el éxito a ultranza (aquello de que “el fin justifica los medios”), sino de “hacer mejor nuestra alma”:

           «Amigo, ¿cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo? Toda mi ocupación es trabajar para persuadi­ros de que, antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, está el del alma y su perfeccionamiento; y no me cansaré de deciros que la virtud no viene de las riquezas sino que, por el contrario, la riqueza auténtica viene de la virtud, y que de ella nacen todos los demás bienes para la ciudad y para vosotros mismos.» (Apología de Sócrates)

Nos hallamos en un contexto social y cultural cada vez más frenético y superficial, más pragmático y también más desesperanzado; lo que, entre otras cosas, hace la tarea de educar más compleja y a la vez aleja a nuestros niños -y no solo a ellos, por supuesto- de lo esencial. 

Un sinfín de actividades les apartan de la naturaleza, del silencio, del juego libre, de la belleza, del conocimiento sereno y profundo de las cosas y de su valor. Las prisas y las pantallas impiden pensar y saborear, saturan los sentidos e impiden el aprendizaje. El ruido ambiental acalla las preguntas más importantes. Ya no saben (¿sabemos?) contemplar.

Y así muchos, tal vez desde su infancia, se pierden lo mejor de la vida: descubrir el mundo, abrirse a la realidad y adentrarse en ella disfrutado el lento y sosegado placer del hallazgo. 


(Publicado en el semanario La Verdad el 5 de septiembre de 2025)

lunes, 18 de agosto de 2025

SER VARÓN Y SER MUJER: INTRÍNSECA REFERENCIA MUTUA, según JULIÁN MARÍAS

UNA LUMINOSA REFLEXIÓN ACERCA DEL HOMBRE Y LA MUJER:


 



    " Julián Marías muestra, sirviéndose del símil de las manos, que ser varón o mujer consiste en “una referencia recíproca intrínseca: ser varón es estar referido a la mujer, y ser mujer significa estar referida al varón1, siendo la diferencia entre ellos relacional, como la de la mano derecha respecto a la mano izquierda. Si no hubiera más que manos izquierdas –constata–, no serían izquierdas pues la condición de izquierda (…) le viene a la izquierda de la derecha2. Ser varón y ser mujer es estar uno frente al otro3, de tal manera, que esa diferencia les permite, como a las manos, acometer la misma tarea desde dos perspectivas diferentes, de cuya conjunción se deriva una mayor eficacia que si las dos estuvieran orientadas en la misma dirección. "

________

 

1 J. MARÍAS, La mujer y su sombra, Alianza Editorial, Madrid 1987, p. 54.

2  Cfr. también J. MARÍAS, La mujer en el siglo XX, Alianza Editorial, Madrid 1980.

3 Es ilustrativo que el texto hebreo de Gen 2,18 diga literalmente: “voy a hacerle a alguien frente a frente”. Cfr. G.RAVASI, La familia tra opera della Creazione e festa de la Salvezza, en “Familia et Vita” 17 (2012) p. 95.

 

 

 

BLANCA CASTILLA DE CORTÁZAR:

 

«LA PERSONA HUMANA Y LA DIFERENCIA SEXUAL: PROSPECTIVAS FILOSÓFICAS Y TEOLÓGICAS». Pág. 7






martes, 15 de julio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (145)

EL ARTE DE ESCRIBIR EN LAS ALMAS

           

      El verano avanza y los centros escolares cierran por vacaciones. La prensa en general, pasada ya la EvAU, se ha referido ocasionalmente a las recientes oposiciones para el profesorado. Por ello no estará de más reflexionar sobre el valor e importancia de la profesión docente. 

Muchas profesiones en general se aplican sobre objetos. Y eso está muy bien. Pero un educador tiene como preocupación principal a la persona irrepetible, necesitada de ayuda y de orientación, en la que puede influir aportando conocimiento e intentando a la vez potenciar su libertad. Cosa nada fácil.

La sociedad, las familias y las instituciones delegan la educación en los docentes, que tienen que asumir esta responsabilidad y, si no logran el éxito, normalmente se les recrimina. Además, los acelerados cambios en el sistema educativo (leyes, normas, instrucciones, procedimientos, metodologías, formas de organización y de gestión), los casos de desestructuración familiar, el impacto de las redes sociales… hacen que muchos docentes se sientan agobiados, con falta de tiempo, de formación, de seguridad y de fuerzas.  

A esto hay que añadir que nunca ha sido tan burocrático el currículo como en la actualidad. Pero la mejora del sistema educativo, entendida como enseñar más y mejor a la mayor cantidad posible de alumnos, permitiendo que cada uno de ellos aprenda todo lo que le permiten su capacidad y su esfuerzo…, si se produce alguna vez, no va a llegar nunca de la mano del papeleo. La educación no mejorará porque se obligue a los docentes a planificar al detalle cuánto enseñan, registrar con minuciosidad lo que los alumnos hacen o no y aplicar para su evaluación centenares de criterios. El maestro debe dedicar su tiempo a sus alumnos, no tanto a sus papeles, y menos aún a los papeles de otros cuya razón de ser, precisamente, es la existencia de unos papeles de utilidad más que dudosa.

Pero frente a esto y a otras muchas cosas, la profesión docente posee en su naturaleza algo muy positivo: es una de las dedicaciones profesionales potencialmente más vocacionales. 

La docencia, como recuerda la profesora Maica González Torres, se puede entender como trabajo (Job), en el que prima el aspecto económico, como una forma de ganarse la vida y un cierto bienestar. Se puede entender también como carrera (Career), como una forma de desarrollar la propia trayectoria personal con su dosis de autoestima, legítima por supuesto. Pero también puede asumirse como vocación (Calling), en cuyo caso adquiere un significado ético y afectivo, se ve dotada de utilidad social o moral y se convierte en fuente de realización personal. 

Cuando se entiende de esta última manera (sin despreciar las otras dos, que tienen su importancia relativa), se produce una mayor implicación en la tarea docente. Seguramente todos hemos conocido a muchos profesores y profesoras que asumen de este modo su labor educativa, suelen ser aquellos que siempre recordamos. Pero al mismo tiempo que esto puede ser una fuente de motivación, también es una fuente de posibles frustraciones. Quien más se implica es más vulnerable.

Decía Platón que la preocupación y tarea del maestro es en el fondo “poder escribir en las almas”. Respaldar al profesorado para que “no muera la ilusión” incluye reconocer que su trabajo, a pesar de todo, merece mucho la pena. 


(Publicado en el semanario La Verdad el 4 de julio de 2025)

 

 

martes, 1 de julio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (144)

EDUCAR PARA EL DON

 


Veníamos diciendo que un recurso válido en la educación es promover el salir de sí mismo para ayudar a los demás. Nos referíamos con ello al fomento de la responsabilidad como valor humano, clave de una personalidad más feliz, equilibrada y madura. 

Viktor Frankl llamaba a este valor “autotrascendencia”, voluntad de sentido. Decía el psiquiatra vienés: “Cuanto más se olvida un ser humano de sí mismo y se entrega, tanto más humano es. Según Kierkegaard la puerta de la felicidad se abre hacia fuera. Ser humano es trascenderse a sí mismo hacia algo o alguien, entregarse a una obra a la que uno se dedica, a un ser al que se ama o a Dios a quien se sirve. Esto puede explicarse con el ejemplo del ojo: se ve a sí mismo solo cuando está enfermo y queda perturbada la visión. El ojo ha de poder “ignorarse a sí mismo”. Exactamente igual ocurre con el hombre, está impulsado por una voluntad de sentido; pero hoy esta voluntad está ampliamente frustrada. La sociedad de la opulencia satisface necesidades y apetitos, pero no la voluntad de sentido.”

Y remachaba el argumento con una de sus tesis más famosas: “Para encontrar el sentido no se trata de si esperamos algo de la vida, sino de si la vida -alguien, en el fondo- espera algo de nosotros.” De esta forma, “quien tiene un para qué (o para quien), puede encontrar o soportar el cómo”. 

Esta es una hipótesis ya probada y que deberíamos verificar con nuestra experiencia vital: estamos hechos para aportar al mundo y a los otros lo que llevamos dentro. Y esto significa percatarse de que el fin esencial de la vida consiste en cultivar y dar lo mejor de uno mismo, pues de ese modo se enriquece cualitativamente la realidad, se hace más bella, más plural, se continúa el proceso creativo del mundo, se aporta desde lo original y originario de la persona. 

Para ello resulta indispensable indagar lo que uno es, cuáles son sus dones y sus capacidades. Pero esto, ¿cómo se hace? Decía Aristóteles que el saber hacer se aprende haciendo… Es decir que, en el fondo, sólo se tiene lo que se da.

Y es que más allá de la lógica del individualismo, del tener, del gozar, del poder y del aparentar, más allá de una sociedad de átomos, de individuos cerrados en sí mismos, es necesaria y posible (y existe, aunque a menudo quede oculta tras la selva de los intereses egoístas) una lógica del don.

Todo esto se refleja a diario en las palabras que intercambiamos después de dar algo gratuitamente. El que recibe suele responder “gracias”. Con ello reconoce haber recibido una gracia, algo no exigible sino gratuito. Y el que ha dado suele replicar “de nada”, con lo que libera al que recibe de toda deuda, porque recalca que lo ha hecho libremente, por “nada”, sin esperar algo a cambio.

Eduquemos -también- en bienes o valores que ni se miden ni son susceptibles de cálculo, pero que hacen que esta vida valga la pena: el amor personal, las personas mismas, la amistad, el perdón, la belleza, la generosidad, la amabilidad…, que no pueden ser comprados ni vendidos. Con razón se ha dicho que "sólo el necio confunde valor y precio". 

(Publicado en el semanario La Verdad el 27 de junio de 2025)

 

jueves, 26 de junio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (143)

UNA EDUCACIÓN PARA LA RESPONSABILIDAD



Saquemos conclusiones. En un tiempo de emotivismo, de consumismo y de presentismo, frente a la dependencia suscitada por la influencia de los dispositivos en la vida y la educación de niños y jóvenes, es preciso orientar la intervención educativa hacia el cultivo de una personalidad rica, estable y perseverante, basada en criterios sólidos, en principios éticos claros y nobles. 

Es muy importante que los padres sepan detectar en los hijos los síntomas de una posible dependencia, también de las “drogas digitales”; por ejemplo, que estén pendientes del móvil de forma permanente y consultarlo sin parar; o que, cuando se olvidan el teléfono en casa o se quedan sin batería, sin cobertura o sin fondos en la tarjeta de prepago, manifiesten ansiedad y desasosiego; o, si se ve privado del móvil contra su voluntad, que pueda producirse un síndrome de abstinencia psicológica y física, patente en comportamientos de angustia, ansiedad, irritabilidad o nerviosismo. 

Es bueno saber todo esto, ciertamente, como lo es evitar el uso de los dispositivos y de internet tempranamente, antes de la adolescencia. Pero aún es más importante que educadores y padres sepan hacia dónde deben orientar su ayuda y sus intervenciones educativas.

El adecuado uso de los dispositivos frente a la hiperinformación y las falsedades que bombardean nuestras pantallas y dispositivos desde Internet; el triunfo frente a un entorno poderoso que busca atrapar la atención y llevarla hacia un consumo desmedido o hacia intereses inadecuados, requieren por parte de los padres y de los educadores una intervención resuelta y urgente para ayudar a vigilarse a uno mismo, para tender a la mejora personal mediante la adquisición y el ejercicio de hábitos positivos, para desarrollar una personalidad más madura. 

Hablamos de personas que aun prefiriendo cosas que apetecen o que están de moda, se paran a pensar, valoran lo que van a hacer o están haciendo, y optan por lo mejor. Hace unos días, el actor Jean Reno comentaba en una entrevista: “¿Qué les pasa a los jóvenes? Muchos son unos ignorantes atrapados en una pantalla. Ahora hay menos atención al talento, está claro. Se lo digo siempre a mis hijos. Todo está destinado al consumo.”

Ha escrito Viktor Frankl que, a diferencia del animal, el ser humano carece de instintos que le digan lo que tiene que hacer, y a diferencia de épocas pasadas, el hombre actual ha olvidado en nuestros días las tradiciones que le indicaban lo que tenía que ser. Y así ocurre que, o bien solo quiere lo que los otros hacen (conformismo), o bien solo hace lo que otros quieren de él (totalitarismo). Por ello, concluye, la educación actual ha de tender, por un lado, a transmitir conocimientos, y por otro a afinar la conciencia; ha de ser una educación para la responsabilidad: “Si no queremos quedar sepultados bajo esta oleada de incentivos, si no queremos hundirnos en una total promiscuidad, entonces tenemos que aprender a distinguir entre lo que es esencial y lo que no lo es, entre lo que tiene sentido y lo que no lo tiene.”

Así pues, mediante un adecuado y cordial acompañamiento personal, con la palabra y el ejemplo, es decisivo ofrecer una escala de valores correcta y una adecuada formación de la voluntad. No olvidemos además un recurso lleno de valor que funciona infaliblemente: salir de sí mismo ayudando a los demás. 

(Publicado en el semanario La Verdad el 20 de junio de 2025)

viernes, 20 de junio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (142)

ADICTOS (II): EL PELIGRO DE LA PORNOGRAFÍA


Dejar un vicio no es fácil, requiere mucho esfuerzo y trabajo personal. Pero puede superarse, se puede salir de ahí. A diferencia de las drogas, el hábito de la pornografía tiene un periodo de recuperación menos severo, pero de todas formas es un proceso arduo, requiere perseverancia y compañía. ¿Cómo pueden los padres intervenir al respecto?

Es fundamental reconocer que dejar un vicio requiere fuerza de voluntad, constancia y apoyo. Aunque el proceso de recuperación puede ser más rápido que en otras adicciones sigue siendo desafiante y requiere perseverancia.

Lo ideal es actuar mucho antes, de manera preventiva, para que los hijos desarrollen una estabilidad emocional y una sana autoestima. Ello requiere estar presentes física y emocionalmente, sin agobiar, de forma natural, desde la primera infancia hasta la adolescencia: que sea habitual hablar juntos de muchas cosas, tanto trascendentes como intrascendentes, favoreciendo una comunicación natural y fluida. Dedicarse tiempo para estar juntos, escucharse, cambiar impresiones, comentar acontecimientos, aportar juicios de valor… Una vez que esto se da, es más sencillo trasladar con palabras y con el ejemplo una forma de valorar a las personas de ambos sexos con respeto y delicadeza. Los hijos deben percibir en sus padres un trato afable y respetuoso, que les sirva como referencia para sus propias relaciones y para valorar a las demás personas.

Cuando los hijos se acercan a la pubertad, es importante hablar con ellos sobre el sexo y la afectividad, abordando posibles informaciones o actitudes inadecuadas que puedan haber recibido. Este diálogo debe ser claro, afectuoso y sin prejuicios, anticipándose en lo posible a posibles situaciones problemáticas. Es preferible anticiparse a llegar demasiado tarde. El propósito es que si ellos ven escenas inadecuadas de tipo sexual o escuchan alusiones, comentarios o juicios inconvenientes, no tengan problema en comentarlo y en pedir criterio o consejo al respecto. También es muy importante conversar acerca de las malas compañías.

Es esencial transmitir que se desaprueban las malas conductas pero no a la persona, para garantizar que se sientan aceptados y motivados para cambiar, llegado el caso. 

Si ya se ha desarrollado un hábito, es básico hacerles entender que la pornografía afecta el cerebro produciendo dopamina en grandes cantidades, lo que modifica las conexiones neuronales, distorsiona el pensamiento y dificulta la toma de decisiones. Este impacto puede causar un comportamiento dependiente, poco razonable y más rudo en las relaciones. Reconocer la gravedad del problema y buscar ayuda son los primeros pasos hacia el cambio.

Cuando se descubre que un hijo está viendo pornografía, es importante actuar con calma, corregir la conducta y evitar generar vergüenza o culpa excesiva, para mantener la confianza y el diálogo abierto. Más que culpabilizar por las conductas negativas, lo efectivo es fomentar hábitos positivos que motiven cambios duraderos: ayudar a otras personas en dificultad, por ejemplo.

El proceso de superar un vicio o una adicción no es inmediato. Las recaídas son parte esperada del progreso y no deben interpretarse como fracasos. Lo importante es tener la disposición de volver a empezar y mantener un enfoque constante en construir una vida más saludable y con mejores decisiones. En resumen, la prevención, el apoyo familiar, la educación emocional y la perseverancia son fundamentales para abordar el peligro de la pornografía. Cambiar conductas no deseadas requiere empatía, paciencia y confianza en que siempre es posible comenzar de nuevo.

(Publicado en el semanario La Verdad el 13 de junio de 2025)