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lunes, 12 de mayo de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (138)

LA DEPENDENCIA DE LAS PANTALLAS (II)

 


No es raro encontrar padres que sobreprotegen a niños y adolescentes en el mundo real pero los dejan desprotegidos por completo en el virtual. El niño-joven se ve afectado metódicamente a través de un ecosistema tóxico que la mayoría de los padres no comprenden. La difundida serie Adolescencia, por ejemplo, pone el dedo en esta llaga y ha llamado la atención sobre la seriedad del problema. La serie ha triunfado, en efecto, porque atañe a casi todas las familias. Es universal y a la vez plantea debates incómodos, que por lo general se ocultan bajo la alfombra. 

A propósito de esta serie se pone de manifiesto, entre otras cosas, que la “niñez basada en el teléfono” es origen de muchos de los riesgos y males que acompañan hoy a esta fase de la vida y desafían al entorno familiar y educativo. 

La seriedad del asunto exige, entre otras cosas, orientar a los hijos muy tempranamente para que limiten el tiempo dedicado al uso de los móviles, los videojuegos y otras modalidades tecnológicas. Pero no basta con corregir y prohibir: lo verdaderamente educativo es que tengan motivaciones e intereses alternativos y variados, para practicarlos en su tiempo libre, y que estén muy arriba entre las prioridades de su escala de valores…,  así como fuerza de voluntad y constancia para no dejarse llevar por lo más fácil y para ser ellos mismos.

Por ello es fundamental para los educadores -padres y profesores- anticiparse fomentando aficiones sanas durante la infancia, haciéndolas gozosas a través de la actividad familiar conjunta y compartiendo generosamente el tiempo con los niños: sobremesas y tertulias familiares frecuentes, gusto compartido por la lectura, celebraciones, salidas al campo y excursiones, aficiones y hobbies, juegos de mesa, amistad con otras familias afines en sus valores y estilos de vida… Y todo esto, insistamos en ello, mucho antes de que aparezca la adolescencia.

Muchos adolescentes -incluyamos a adultos que “prolongan” durante años su adolescencia- tienden a evadirse de realidades que les agobian, empezando por su propia realidad personal, en general algo o bastante inestable. Por este motivo, el manejo compulsivo de dispositivos y el consumo de ciertas drogas pueden tomarse como formas de evasión en estas edades y etapas de la vida. Además, en este contexto el “contagio” de intereses, inquietudes, gustos y aficiones es frecuente y generalizado.

Gustave Thibon afirmaba hace tiempo que muchos adolescentes acuden a las drogas porque se hallan en un estado insufrible de aburrimiento casi permanente, derivado de su vacío interior. El hecho es que este vacío interior es frecuente entre adolescentes y jóvenes que acuden a la consulta de los psiquiatras, y que acusan una sensación de falta de sentido de la propia vida que impulsa a “escapar y ensimismarse” mediante consumos y prácticas de evasión adictivas, pretendiendo eludir frustraciones, miedos y ansiedad.

Muchos educadores manifiestan preocupación por la generalización de estos comportamientos ya a partir de la pubertad. Es fácil ver en la droga -o en el móvil, o en ambos- un refugio psicológico frente al estrés y la frustración. Ya se trate de sustancias o de actividades compulsivas, se busca una huida de la realidad, un abrigo contra el aburrimiento y contra el temor a reflexionar y tomar decisiones, cayendo en una pendiente de procastinación en la que se elude el responsabilizarse, posponiendo tareas y decisiones, y -como poco- dificultando la maduración de la personalidad. 

 (Publicado en el semanario La Verdad el 9 de mayo de 2025)

sábado, 5 de noviembre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (45)

EDUCACIÓN Y ESCALA DE VALORES




La personalización que da contenido y hondura a la tarea de educar tiene lugar mediante el encuentro con los valores de sentido y con su cultivo. Ahora bien, el ser humano, aunque presenta diferentes dimensiones, es radi­calmente un ser unitario y, como tal, exige orden, complementariedad, articulación y orientación coherente en su obrar, porque el obrar sigue al ser, es su expresión; y por ello el modo de obrar ha de estar en consonancia con el modo de ser.

Recuperemos algunas reflexiones anteriores. Hemos señalado ya que en la persona humana se aprecian tres dimensiones principales, constitutivas de su naturaleza y jerarquizadas de acuerdo con ella, y que son el fundamento de una escala de valores centrada en la persona, tomada esta en su integridad:biológica, psico-social y trascendente. El crecimiento personal, la personalización, consiste propiamente en el ordenado cultivo de estas dimensiones.

·  Las necesidades y tendencias de tipo biológico miran a la supervivencia del individuo, los bienes que las satisfacen son los valores vitales, cuya adquisición y disfrute da lugar al placer, que es más bien inmediato, relativamente intenso y de corta duración. (Incluye los valores “económicos”, los relativos al alimento y la salud, el bienestar, el cobijo…)

·  Las necesidades psicoafectivas son relativas a la estima y la pertenencia, a la necesidad de autoafirmación y seguridad; los bienes que las satisfacen son los valores socioafectivos, cuya presencia da lugar a la alegría y la autoestima; presentan menos intensidad pero más duración que los anteriores. (Compañerismo, seguridad, empatía, prestigio, diversión, etc.) Estos dos tipos de valor (los vitales y los afectivos) son los llamados “valores de situación”. 

·  Y por encima de todos ellos, vinculados a la necesidad de sentido, se hallan los valores trascendentes o “valores de sentido”, que miran más allá de uno mismo, y se hallan vinculados a la necesidad de autodonación de la persona (no son poseídos; se entrega uno a ellos); son la clave de una vida lograda. Es importante advertir que el sentido es trascendente o si no, no hay sentido, y que el estado consiguiente a la satisfacción de la humana necesidad de sentido es precisamente lo que llamamos felicidad.

De acuerdo con esta jerarquía, los valores de situación no deben suplantar nunca a los valores de sentido. El vacío exis­tencial o el desafecto de una persona no pueden ser satisfechos nunca por una oferta de bienes económicos por muy abundantes que éstos se­an. El estado de satisfacción tiene lugar solamente cuando se produce la adecuación entre la tendencia y el bien que le corresponde. “Ni se pueden satisfacer las necesidades primarias biológicas con bienes intelectuales, estéticos o espirituales, por muy sublimes que sean, ni se pueden satisfacer las necesidades afectivas o las trascendentes con bienes de consumo” (Abilio de Gregorio). 

La unidad de la vida personal reclama un desarrollo integral hacia la plenitud. Por eso, la sa­tisfacción de las tendencias o necesidades transitivas requiere una sa­tisfacción suficiente de las necesidades inferiores, pero una vez alcan­zado el sentido puede llegar a renunciarse en gran parte a las satisfacciones materiales e incluso emocionales. (Por ejemplo, por el bien de la persona amada o porque lo exige mi lealtad a un noble ideal o a Dios, puedo renunciar a bienes materiales, ventajas laborales, etc.) Es la madurez de la entrega, del sacrificio, el “amor ordenado” (ordo amoris) en el que San Agustín hacía consistir la virtud.


     (Publicado en el semanario La Verdad el 4 de noviembre de 2022)

lunes, 31 de octubre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (44)

VALORES DE SITUACIÓN Y VALORES DE SENTIDO



Una de las claves de la maduración de la persona es la configuración de una escala de valores correcta, de una serie de prioridades o principios que sirven de referencia a nuestra visión del mundo -cosas, personas, acontecimientos, actuaciones…- y que orientan nuestro propio comportamiento. Y “correcta” quiere decir aquí respetuosa con el orden y valor de la realidad y con la dignidad de las personas.

El ser humano es un ser unitario, pero en él se distinguen varias dimensiones. La unidad de lo diverso es la armonía, el orden; y así, la jerarquía o escala de los valores tiene como referente la jerarquía de la naturaleza constitutiva del hombre, la cual puede apreciarse en las diversas necesidades y potencialidades humanas. Los valores son bienes que satisfacen esas necesidades y potencialidades, y pueden ordenarse -un tanto esquemáticamente- en tres categorías básicas:

1) Valores vitales. Las necesidades biológicas primarias, correspondientes al “fondo vital” del ser humano (Ph. Lersch), son satisfechas mediante la posesión y asimila­ción de determinados bienes, que podemos llamar valores vi­tales. De no ser satisfechas tales necesidades, el ser humano se ve su­mido en la indigencia; pero si lo son, surge un estado de satisfacción, que llamamos deleite, goce o placer, caracterizado por su inmediatez, intensidad y corta duración. Este tipo de valores -y las necesidades que vienen a satisfacer- prevalecen durante los primeros años, cuando el grado de de­pendencia es mayor y la existencia más precaria, aunque se dan obviamente a lo largo de toda la vida.

2) Valores socioafectivos. Otro tipo de necesidades o tendencias, menos inmediatas, son las que corresponden a la vida afectiva. Los bienes que satisfacen estas necesidades -de ser querido, atendido, aceptado, apreciado, acompañado...- son los llamados valores socioafectivos. La privación o insatisfacción en este tipo de necesidades da lugar al sentimiento de so­ledad e inseguridad, al desamparo afectivo; y su satisfacción da lugar a la autoestima, el gozo y la alegría, de menos intensidad que el mero placer o deleite, pero de mayor duración y hondura. Aunque también están presentes durante toda nuestra vida, estos valores socioafectivos adquieren especial protagonismo en la adolescencia, momento en que se descubre la propia intimidad y se aprende a conjugar las relaciones interpersonales con la afirmación de la propia autonomía.           

Los valores vitales y los socioafectivos pueden considerarse como valores de situación o inmanentes, y en ellos prevalece un dinamismo de posesión.

3) Valores de sentido o trascendentes. Existen finalmente otro tipo de necesidades y tendencias que remiten más allá de sí mismo y que se ubican en el plano más noble y más estrictamente personal de la vida humana. Son las tendencias y necesidades transitivas o trascendentes, más netamente espirituales (en sentido general, no solo religioso). Se sitúan en un ámbito de creatividad, de entrega y efusividad. A ellas les co­rresponden los llamados valores de sentido o trascendentes. La ausencia o privación de estos valores manifiesta un estado de vacío existencial, de sinsentido, de intrascendencia personal y desesperanza. A su vez, la adquisición y posesión habitual de dichos valores lleva a un tipo de satisfacción que denominamos plenitud, paz y felicidad, caracterizada, más que por la intensidad del momento, por la profundidad, la serenidad y la fecundidad espiritual, presentando una clara vocación de permanencia. Este tipo de valores son los que caracterizan de modo más propio a una personalidad madura. 


    (Publicado en el semanario La Verdad el 28 de octubre de 2022)

jueves, 2 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (4)

LA VIRTUD: ¿TODAVÍA?

Sostenía Aristóteles que el fin de la educación consiste en enseñar a desear lo deseable, lo valioso. Es decir, en orientar los deseos para dirigirlos hacia todo aquello que contribuye a la excelencia ética.

Es de gran importancia para ello conocer la índole de los sentimientos y los afectos en general, su origen y su naturaleza, en uno mismo y en los demás, para comprender lo que expresan, y orientarlos a lo que merece ser deseado y estimado, ya que determinadas acciones deben ser realizadas no por ser gustosas o apetecibles sino por ser buenas, aunque no se tenga ganas o apetezca lo contrario. 

De ahí la importancia de los hábitos, estructuras psicológicas que ofrecen consistencia y solidez, a la vez que dotan de eficiencia a nuestras capacidades: hábitos cognitivos e intelectuales, afectivos y ejecutivos, hábitos éticos o morales sobre todo. Hablamos, en suma, de "virtudes" (hoy suele emplearse el término "fortalezas" -strengths-, pero su significado es muy parecido al de los términos clásicos areté, virtus). 

La virtud consiste en orientar nuestra vida al bien; es un modo ordenado de amar las cosas y a las personas (ordo amoris, en expresión de San Agustín). Es preciso querer el bien y realizarlo de manera habitual. Las normas procuran un mínimo indispensable para orientar la conducta y para evitar el mal, pero por sí solas no aseguran el bien obrar. 

La virtud es una disposición estable, un hábito positivo que aumenta nuestro poder y libertad, que hace penetrante y seguro nuestro conocimiento, que otorga estabilidad, equilibrio y densidad a nuestro querer, liberándolo de las mudanzas de la emoción y fortaleciéndolo ante las dificultades. De la educación y orientación de los hábitos depende el desarrollo y la configuración del carácter y de la personalidad (ethos)desde la infancia. 

Una formación integral de la persona incluye que los aprendizajes estén bien integrados. Dirigida al desarrollo equilibrado de todas las dimensiones de la persona humana y de su actividad, no se trata de “saber de todo” ni de desarrollar “un gran número de habilidades y destrezas”. Se trata de configurar una escala de valores, de prioridades en función de las cuales se juzga y se actúa congruentemente, de acuerdo con lo más valioso. 



Valores y objetivos educativos han de estar integrados, jerarquizados de manera congruente. Me contaba una maestra que un día durante el recreo una de sus pequeñas alumnas, de unos 7 años, lloraba desconsoladamente. Al preguntarle por qué, la niña le contestó: “-Es que nos han dicho en clase que no se deben tirar los alimentos que sobran. Y también que en muchas cosas de comer ponen cosas malas, que se llaman “E” y “C” (edulcorantes, conservantes…) Pero es que mi mamá me ha dado para almorzar un bollycao y aquí pone que tiene esas cosas. Y no me lo puedo comer…, ¡pero es que tampoco lo puedo tirar! (sollozo inconsolable).

La formación moral ha de guiar al resto de las facetas y ámbitos de la educación, pero antes es esencial comprender la índole y la fuente de la dignidad de la persona para establecer y articular los fines y los medios adecuados para su formación. Sin vacíos y de manera congruente.

(Publicada en el semanario LA VERDAD, 22 octubre 2021)