Decía San Agustín que
“algunos pueden engañar, pero a ninguno nos gusta ser engañados”. Es decir, que
todos aspiramos a saber la verdad y contamos con ella, aunque no siempre la
alcancemos o estemos dispuestos a aceptarla. Y aunque algunos digan haber renunciado a buscarla y alcanzarla.
Por lo demás, conocer las
cosas completamente, hasta el fondo, es muy difícil y en muchos casos
imposible. Los caminos de la realidad no pueden ser recorridos totalmente, y
menos aún por una sola persona. Nuestras verdades –los conocimientos verdaderos
que podemos alcanzar- no son completas normalmente, y en ocasiones aparecen
mezcladas con errores. Hay otras cosas que no sabremos nunca. La realidad nos
pone límites, y nuestro conocimiento también los tiene, pero éste puede ir
alcanzando “zonas de verdad” sobre las cuales podemos comprender el mundo y a
nosotros mismos hasta cierto punto, y todo lo que podamos averiguar
posteriormente vendrá a completar esas zonas y a clarificarlas –en eso consiste
el avance de las culturas y de la propia humanidad-; pero nunca una verdad podrá
contradecir o excluir a otra.
Buscar la verdad es desear saber. Y para saber a qué atenerse en la vida y para
vivir de acuerdo con lo que las cosas son hace falta amar y buscar la verdad, e
incluso defenderla.
La inteligencia humana no
puede ejercerse más que sobre la realidad, y cuando lo hace está en la verdad.
Pretender que la verdad es inalcanzable
–aunque ciertamente haya cosas que no averiguaremos nunca- significa cortar el vínculo entre la inteligencia y la realidad.
Defender esa vinculación que abre a los seres humanos a la sabiduría y los
libra del error y de la ignorancia, y les hace confiar entre sí, es tarea de la
Filosofía (amor al saber), pero también es responsabilidad de todo ser humano
en todos los órdenes en los que discurre su vida, porque la verdad es condición
del conocimiento y fuente de sentido y de orientación para la vida. Sólo con
ella el mundo puede ser habitable.
Suele decirse que “errar es humano”, y así
es; pero sólo es plenamente humano vivir
en la verdad. Además, dicho sea de paso, el error supone en todo caso la
existencia de la verdad. A.J.
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