Una
de las evidencias más rotundas que ofrece la historia humana frente al curso
vital de las demás especies animales es su fecundidad cultural. En el
transcurso histórico de los acontecimientos humanos se aprecia una capacidad singular de innovación, de
originalidad, de tradición y progreso.
La
historia se muestra así como una aportación
de novedades, en la que la especie humana no se ha limitado a una
adaptación forzosa el medio ambiente. Contando con una realidad de la que forma
parte, pero al mismo tiempo desde una peculiar distancia, el hombre la ha considerado objetivamente, se ha medido
con ella y la ha asumido hasta llegar a transformarla. El ser humano ha sido
capaz de conocer la realidad, hacerla suya y trascenderla.
Esta
capacidad pone de manifiesto que la
especie humana, a diferencia de lo que ocurre en las demás especies
biológicas, no marca a sus miembros
pautas fijas e innatas de conducta, sino que ofrece espacios para la
autodeterminación de cada uno de ellos. Esa capacidad que encontramos en
cada ser humano para disponer de sí mismo en forma original, para tomar
decisiones como sujeto de su propio obrar, es lo que conocemos con el nombre de
libertad.
No
es que el ser humano carezca de determinaciones en su actuación. La libertad
humana actúa entre determinaciones que son su límite -no pocas de las cuales
ella misma ha configurado-, pero de las que puede
también servirse para trazar un camino inédito y fecundo. Es el caso, por
ejemplo, de las leyes de la aerodinámica, en las que se cumple una paradoja
elocuente: impiden que el hombre vuele y a la vez lo hacen posible. Ello ocurre
gracias a que el ser humano puede
conocer dimensiones virtuales en la realidad, avanzar proyectos y aportar soluciones nuevas a las
dificultades de su existencia.
Aunque dichas determinaciones intervienen en la configuración de la trayectoria vital
humana, las dimensiones más propias e identificadoras de un sujeto no son
previsibles a partir de tales determinaciones. El yo, la identidad expresada a través de las decisiones y que las origina y sustenta, no es la suma o producto de una red más o menos compleja de
circunstancias.
Lo que el ser humano tiene de “único”, no es de ningún modo un
resultado, sino algo previo, un dato originario. El carácter, la personalidad aprendida o elegida, acentuará despues esa unicidad, pero la condición radical que la hace posible es que el ser humano es, desde el principio, más que lo que hace.
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