jueves, 8 de enero de 2015

LA CRISIS -DE FONDO- QUE PERDURA



      La crisis que aún perdura en economía y en política, y lo que nos queda -ya siento decirlo-, es consecuencia de algo que viene de antes, de cuando se pensaba que estamos en este mundo para enriquecernos y pronto, para disfrutar y “pasarlo bien”, sin sufrimiento. Bueno, tal vez no debiera haber empleado el pretérito, por imperfecto que sea: “se pensaba”… y se piensa.

      Hay, en efecto, un credo universal que se estableció como mentalidad dominante y que podemos tildar de utilitarismo y hedonismo. Es también lo que está en la entraña del consumismo: pensar que la felicidad se compra con dinero y que consiste en lograr de forma inmediata lo que se desea.

       Y así, cada uno en su registro, cantábamos a coro aquél dicho anglosajón de que “cada uno mire para sí y al último que se lo lleve el diablo”. La mentalidad liberal insistía desde el siglo XVIII en que si cada individuo buscaba su riqueza, una “mano invisible” (la expresión era de Adam Smith, que no se sabe muy bien si se refería a la Providencia o a las leyes del mercado, en el fondo le daba lo mismo) propiciaría la riqueza general. La canción tiene también su versión socialista, metiendo de por medio a las clases sociales, al curso de la historia, al “todo es política” y al Estado. Total, que a distintas voces la melodía de fondo no es muy diferente (suena algo así como: “Todos los paraísos están aquí abajo, atrapadlos”).

       Pero, al parecer, a la famosa “mano invisible” de la que hablaba Adam Smith le gusta jugar a los dados… o a algo peor. Entre otras cosas, porque en muchos casos la riqueza y el éxito de unos se logra a costa de los demás. Y el colmo es que el bienestar material por sí sólo tampoco parece llenar las ansias más hondas del corazón humano. Y de la vieja canción -que según parece es más antigua que los mismos anglosajones- al final se escucha siempre el eco: “¿por qué, Señor, que esto sólo no basta?”, como decía Blas de Otero.
Pero volvamos a “la crisis”. Aún más serio que el cierre de las empresas, la paralización de la construcción y del gasto público, es que la honestidad haya sido derrotada como valor social por el afán de riqueza. Y hay algo dramático en la codicia de bienestar material, y es ignorar dónde están los límites: Qué es lo que no se puede -no se debe- hacer. Porque al final pasa lo que cuenta Ortega del rey Francisco I de Francia. Como es sabido, era éste enemigo encarnizado de Carlos I de España, y las guerras entre ambas naciones eran el pan nuestro de cada día. Alguien preguntó al monarca galo cómo era posible que siendo primos hermanos los dos reyes, vivían con tanta discrepancia. A lo que el francés contestó: “-Es que en realidad estamos de acuerdo: los dos queremos Milán”.

       Así las cosas, si no se reconoce una instancia superior que establezca dónde está la diferencia entre el bien y el mal, y dónde acaba la libertad codiciosa de cada uno, se produce la “dictadura del relativismo” y con ella el camino más directo a la decadencia moral, en la que los peor parados son siempre los menos fuertes: el no nacido, el desfavorecido social y económicamente, el que no tiene preparación o trabajo, el que ya no se puede valer por sí mismo, sea enfermo o anciano… Y es que el que hace la norma hace la trampa, el que mueve los hilos de las ideologías reinantes desprecia a la persona, el que tiene los medios de comunicación y difusión manipula (“cocina”) datos, criterios, hechos y conciencias… El fin justifica los medios: atrevámonos a todo (con tal de que no nos pillen). Y es que el dinero y el poder son dioses sin entrañas.

       Es hora de pensar en una alternativa mejor (no podemos seguir con la misma historia).



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