En el modo constitutivo de ser del hombre -en su esencia o naturaleza- se da una apertura a lo cultural por la presencia de la racionalidad
-inteligencia, libertad y apertura a la belleza-, de manera que la cultura viene a ser, por así decir, la culminación y perfeccionamiento de la
naturaleza humana.
Por ello no es ninguna contradicción afirmar que la naturaleza humana, por ser racional, es “cultural”: Como el ser humano no nace especializado
biológicamente para adaptarse a un medio propio, ha de adaptar su entorno a sí mismo, a sus expectativas, necesidades y
proyectos, transformándolo. Y por medio de esta transformación el hombre puede
“humanizar”, hacer habitable y perfeccionar el mundo, a la vez que cultivar su propia naturaleza,
perfeccionándose y realizándose a sí
mismo por medio de la educación, de la convivencia, del trabajo, del arte o
de la virtud.
Además, es preciso entender la naturaleza y lo natural como el ámbito de perfeccionamiento que corresponde
a cada cosa -y al ser humano- según su modo de ser. Y, por lo mismo,
“antinatural” sería lo que atenta contra su perfeccionamiento propio, lo que lo
violenta o corrompe. Por ejemplo, es natural,
para el ser humano, que haga uso de su razón cultivando el saber, y de su
sensibilidad hacia la belleza admirando un paisaje o escuchando una hermosa
canción o una sinfonía. Por el contrario, sería antinatural utilizar al ser humano como animal de carga u objeto de
explotación económica (esclavitud). Lo mismo que sería antinatural para un vaso
utilizarlo como martillo -como lo que no es-: se clavaría peor el clavo y
seguramente el vaso acabaría por quebrarse.
¿SER O HACERSE?
El ser humano se va “construyendo a sí mismo”, en cierto modo, a
partir de su naturaleza, de su modo constitutivo de ser: tiene que contar con
ella. No puede “crecer” como pájaro ni como encina. No es esa su naturaleza.
Sólo puede crecer como ser humano, y
tiene que hacerlo además, ya que su
naturaleza, aunque le da unas pautas importantes, deja un espacio libre a la
autodeterminación, a la relación con los demás, a la educación, a las
experiencias de la vida…
Alguien ha dicho que el hombre y la mujer ‘no nacen, se hacen’… Pero el ser humano no puede hacerse a sí
mismo de la nada. Entre otras cosas porque “de la nada, nada sale”. Aunque
su naturaleza es libre y abierta, es la naturaleza de un ser humano, y tiene que contar con ella, apoyarse en ella,
desarrollarla. La naturaleza humana es un don originario, pero es también una
tarea y una caja de sorpresas. Marca a cada uno un criterio de crecimiento
adecuado: el ser humano es “más plenamente humano” cuando -a partir de su
naturaleza inacabada pero potencialmente cuajada de prodigios- desarrolla sus
capacidades, cuando ejerce su libertad de manera constructiva, cuando es capaz
de aportar al mundo su sello personal, su pensamiento y su sensibilidad,
embelleciéndolo y perfeccionándolo, entrando en relación de amistad, de amor de
servicio y de colaboración con otros seres humanos…
Pero el éxito en esta aventura no está garantizado de antemano. Por
eso para el ser humano vivir es siempre un riesgo, una aventura moral. Es la
cara y la cruz de su libertad. Es responsabilidad de cada hombre, de cada
mujer, hacer del ejercicio de su libertad una aportación de más y mejor humanidad -calidad humana- a
los demás y a sí mismo, o a sí misma: descubrir la verdad y comunicarla
(conocimiento, ciencia, saber…), amar el bien y transmitirlo (servicio,
amabilidad, convivencia, compromiso y ayuda voluntaria…), aportar belleza al
mundo (arte, alegría, amor, generosidad…), aprender a dar y a recibir de los
demás, caminar hacia metas de sentido, hacer tangible y ‘abrazable’ en lo
posible una felicidad que sin embargo nos impulsa más allá de nosotros mismos…
Vivir. Cultivar, cuidar, elevar al propio ser hacia lo mejor de sí. A.J.
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